Labios que enamoran
Mira que lo dijimos. Mira que lo juramos sobre los fragmentos de aquella fotografía rota en la que se podía contemplar los labios escandalosamente seductores de la última mujer a la que amamos. “No me vuelvo a enamorar”, dijimos mientras los mirábamos con los ojos arrasados de fracaso, y nos quedamos como tontos tarareando una vieja canción que hablaba de no volver a querer sufrir y de no volver a querer soñar como si el vivir anestesiado fuese lo único que partir de aquel momento deseáramos.
Tarareamos aquella canción hasta el hartazgo y borrachos de ella nos dijimos que nunca más volveríamos a dejarnos engañar por las vagas promesas de beso y felación de unos labios carnosos y fascinantes. La experiencia nos dictaba que los labios más bellos acostumbran a ser los más convincentes a la hora de pronunciar las mayores mentiras, y por eso nos hicimos el firme juramento de no volver a enamorarnos de unos labios como aquéllos. Pero caímos en la trampa que nos tendieron los tuyos, Ana Beatriz Barros. Verlos y leer en ellos la palabra lujuria fue todo uno. Los mejores besos podían llegar de esos labios, nos dijimos. Y las mejores mamadas. Empezamos a soñarlas en la oscuridad de nuestro cuarto, mientras meticulosamente exprimíamos nuestros testículos, y nos volvimos a enamorar, perdidamente, esta vez de ti.
Nos sedujeron tus labios, Ana Beatriz Barros, pero también tu insolencia casi juvenil, esa mirada de esmeralda desafiante que de tanto en tanto encontramos en las fotografías que de ti podemos encontrar. En ellas te vislumbramos fresca y juvenil como un oasis en medio del desierto. En ellas te intuimos carnal y jugosa como una fruta tropical. Presentimos en tu cuerpo, Ana Beatriz Barros, la lozanía que sólo puede presentirse en las auténticas garotas brasileñas, esas hembras que llevan en sus carnes toda la frondosa lujuria de la selva tropical, el espíritu entreverado de aventura y melancolía del océano y el amar caudaloso de un Amazonas desbordado que no cupiera en sus propias orillas.
Y es a las orillas de tu cuerpo donde nosotros llegamos, Ana Beatriz Barros, como náufragos que llegaran a una isla maravillosa y llena de dones. Llegamos a esa orilla y en ella queremos saciarnos contemplándote. Queremos quedar ahítos de tanto devorar con nuestros ojos cada uno de los encantos de tu cuerpo.
Enfrentados a las fotografías de Ana Beatriz Barros nos sentimos como si fuéramos una especie insaciable de antropófagos. Engullimos famélicos las tetas de Ana Beatriz Barros que las imágenes nos muestran en las portadas de revistas como Vogue o Marie Claire. Nos zampamos a dentellada limpia el perfil maravilloso del culo de Ana Beatriz Barros cuando lo contemplamos meneándose sobre la pasarela en un desfile de Victoria’s Secret. Nos soñamos caníbales del cuerpo desnudo de Ana Beatriz Barros y despertamos del sueño sintiéndonos famélicos.
Y es que nada nos sacia el hambre que la visión de tus labios, tus tetas, tu rostro y tu culo ha despertado en nosotros, Ana Beatriz Barros. El nuestro es el hambre de los repentinamente enamorados, el hambre que no puede ni podrá saciarse nunca porque el recién enamorado no sabe lo que es el hartazgo y siempre quiere más. Y nosotros siempre querremos más. Querremos que nos visites en la soledad de nuestro cuarto y cojas nuestra mano para, apartándola de nuestro miembro erecto, poder completar con tus labios tan bellos la masturbadora tarea que ella habrá estado realizando en tu honor. Querremos que te desnudes lentamente marcándote un striptease sugerente y mareante como una bossanova. Querremos que, benditamente en cueros, te tumbes a nuestro lado y nos contagies el imaginado ardor de tus carnes de fuego. Y es que, como dijo el poeta Benedetti: “una mujer desnuda y en lo oscuro genera un resplandor que da confianza”. Y eso es lo que queremos alcanzar contigo, Ana Beatriz Barros: la confianza ciega y ardiente de los cuerpos desnudos, la inconsciente confianza de los enamorados y la paz sin límite de los amantes saciados.
Si puedes proporcionarnos todo eso que necesitamos acude ya a nuestro lado. Si no puedes, dínoslo cuanto antes, Ana Beatriz Barros. Nuestro amor enardecido necesita calmarse y quizás debamos buscar a alguien que nos recuerde a ti. Seguramente lo haremos en girlsbcn.tv. Nunca hasta ahora nos ha fallado. Y siempre ha encontrado un alivio para nuestros desvelos. Un alivio de altura, además.