La atadura fotografiada
Si hay algún fotógrafo para quien el shibari (la forma tradicional japonesa del bondage) se ha convertido en temática principal de su obra ése es Nabuyoshi Araki. Con 76 años recién cumplidos, Araki ha sido tildado en más de una ocasión de misógino y de mostrar una imagen que, en muchos casos, puede resultar humillante para la mujer.
Para comprobar si eso es así o no basta darse un paseo por el parisino Musée National des Arts Asiatiques – Guimet. En este museo se ha inaugurado recientemente una exposición con una selección de fotografías de Nabuyoshi Araki. La exposición, titulada Araki y compuesta por 400 fotografías seleccionadas por el propio Araki, estará abierta al público hasta el próximo 5 de septiembre. Cualquier persona que tengo previsto dejarse caer por París durante este verano debería apuntar esta exposición en su programación de viaje. Más allá de la polémica que puedan crear sus obras, Araki es uno de los grandes nombres de la historia de la fotografía. Qué duda cabe que para los amantes del shibari y el bondage, esta exposición es una cita ineludible.
¿Qué pueden encontrar en ella? Una magnífica colección de imágenes cuya temática gira alrededor de las grandes preocupaciones de un fotógrafo, Araki, que ha hecho de la dualidad Eros (Amor) / Tánatos (Muerte) su gran motivador artístico. El deseo y el erotismo se hacen muy patentes en unas imágenes en las que el kinbaku-bi (una modalidad de shibari fundamentada en la atadura erótica y apretada) se convierte en protagonista llamativamente provocador e impactante de dichas imágenes.
Las autoridades parisinas no han considerado conveniente advertir de que las imágenes de Araki pueden herir la sensibilidad de los ojos más puritanos. Tampoco han considerado conveniente vedar la entrada a la exposición a los menores. En otras culturas y otros países, esta actitud hubiera sido impensable. No en vano, las fotografías de Araki son completamente explícitas. Ninguna parte de la anatomía femenina escapa al objetivo de la cámara de Araki, que se recrea mostrando vulvas, pechos, glúteos y cuerpos desnudos de jóvenes mujeres que, atadas y colgadas, perviven, tras ser vistas y durante mucho tiempo, en la memoria del espectador. Araki suele recurrir al blanco y negro para mostrar sus imágenes. La manipulación que hace del espacio y de la luz suele estar al servicio de un objetivo: resaltar la expresividad de las modelos fotografiadas. Las miradas, así, se vuelven muy intensas y expresivas, puro interrogante.
La atadura, una caricia
Ese tipo de imágenes le ha valido a Araki el ser considerado en muchas ocasiones un pornógrafo y, como ya se ha dicho, un misógino que se recrea en la humillación de la mujer. Él rechaza dicha acusación. Para Araki, la atadura kinbaku o shibari no es una forma de humillación. Al contrario: es una especie de caricia. Una forma especial y única de ternura.
Los comisarios de esta exposición, Jérôme Neutres y Jérôme Ghesquière, resaltan cómo la obra de Araki está “impregnada de poesía y de búsqueda plástica” y es el resultado de una incesante búsqueda experimental. Esa búsqueda experimental de Araki le ha permitido crear una obra fotográfica que ha enlazado lo más tradicional de la cultura japonesa con una modernidad no siempre comprendida por muchos de sus críticos.
Araki ha arriesgado siempre y siempre ha buscado más desde que por primera vez decidiera coger una cámara fotográfica para captar lo que tenía ante sí. Ha experimentado con la Polaroid, ha realizado fotografía de moda (hay que destacar su inolvidable trabajo con Lady Gaga en Vogue), ha realizado reportajes sobre la vida en las grandes ciudades y ha convertido su propia intimidad en temática fotográfica. Gran exhibicionista, Araki convirtió su viaje de bodas junto a su mujer, Yoko, en materia fotográfica para realizar una de sus series de fotos más famosas (Sentimental Journey). Los últimos meses de vida de Yoko, enferma terminal de cáncer, también sirvieron a Araki para realizar su trabajo más conmovedor: Winter Journey. En él puede contemplarse el progresivo deterioro físico de Yoko. Sin duda, una estremecedora muestra de cómo el Eros y el Tánatos, la dualidad que más ha preocupado siempre a Araki como artista, pueden danzar juntos y convertirse en material fotográfico.