El morbo de la estudiante interna
El mundo del cine y la televisión te mostrarán mil veces y en todas ellas lucirás esa belleza salpicada de erotismo que tu rostro transmite (esa melena hermosa y apta para mil peinados, esos ojos grandes, bellos y expresivos, esos labios seductores…) pero ninguna de esas imágenes podrá borrar de nuestra memoria la conmoción erótica que sentimos al verte por vez primera en la pequeña pantalla, vestida de colegiala, perversamente provocativa. No sabíamos todavía tu nombre, Blanca Suárez, pero aquel día ya nos enamoramos de la sensualidad que emanaba de tu rostro, de tus gestos y de tu cuerpo. Aún no sabíamos que Pedro Almodóvar tardaría muy poco en fijar en ti su mirada para convertirte en personaje de dos de sus películas (La piel que habito y Los amantes pasajeros), ni que en una de ellas ibas a ser violada en medio del bosque permitiéndonos así recrearnos en la maravillosa imagen de tus pechos desnudos, pero sí sabíamos, Blanca Suárez, que ibas a formar parte por mucho tiempo de nuestros sueños eróticos más húmedos y sucios. Te íbamos a imaginar emputecida, arrodillada ante nosotros, devorándonos con esos labios carnosos que tú tienes y que parecen hechos para dar mil y un besos y para hacer mil y una mamadas.
En aquellos capítulos de El internado en los que te vimos por vez primera intuimos toda tu procacidad y tu morbo. La proclamaba una camiseta. Con ella entrabas en el aula de aquel internado que tuvo en vilo a tantos telespectadores durante varias temporadas. Con ella lucías, adolescentemente bella, ante la atónita mirada de tus compañeros. Ellos, tan pulcros, tan uniformados, tan con su jersey azul de niños pijo en colegio de alto standing, debieron frotarse los ojos, Blanca Suárez, cuando te vieron entrar en el aula con aquella camiseta negra en la que podía leerse “No me mires las tetas”. Nunca olvidaremos la recriminación del profesor por llevar aquella camiseta que desafiaba las estrictas normas de vestimenta del internado. Nunca, tampoco, tu mirada descarada, Blanca Suárez. Nunca la frescura con la que, como estandarte de la rebeldía y de la adolescencia en flor, te quitaste aquella camiseta para mostrar la maravillosa imagen de un sujetador negro cubriendo dos pechos generosos y hermosos, lindos y mordibles, excitantemente seductores.
Fue entonces cuando empezamos a soñar con Blanca Suárez desnuda. Fue entonces cuando empezamos a imaginar a Blanca Suárez follando. Fue entonces cuando nos reconocimos fetichistas de ese juego de rol tan prototípico y tan habitual en el que una colegiala viciosa se entrega a nuestro placer y a nuestro deseo vestida con un uniforme de internado que nosotros vamos quitando poco a poco. Nadie mejor que tú, Blanca Suárez, para representar ese papel.
Aquel día, contemplando aquel capítulo de El internado, te convertimos en la protagonista principal de ese fetichismo, Blanca Suárez, y empezamos a ver en ti a una especie de sueño imposible. Te veríamos después en propagandas de famosas marcas de lencería. Te veríamos luciendo sujetadores y bragas en las paradas de los autobuses. Te veríamos sumergiéndote en las aguas del mar en un capítulo de El barco y te veíamos después subir a cubierta, cubriendo púdicamente con tu brazo y tu mano la espléndida exuberancia de tus pechos. Te veríamos convertida en protagonista de las revistas del corazón, novia de galanes de tres al cuarto y de cantantes de extrarradio con un par de éxitos musicales en su currículum y una cohorte de fans recién salidas de la infancia en su haber, transmutada por tu fama televisiva y por la de tus parejas en objeto del deseo de las cámaras de los paparazzi.
Son esos paparazzi los que te persiguen cada verano, los que te perseguirán (otra vez) éste, tengas o no pareja. Son ellos los que nos dan cuenta de cada quilo que tu cuerpo gana, de cada imperfección en tus líneas de mujer real, de cada riña con alguno de tus novios, de cómo eres en realidad cuando sales de tu casa, en chándal, a tirar la basura. Son ellos los que nos hablan de tu carnalidad real, más acá de las luces y de las alfombras rojas, más acá de los maquillajes y del photoshop.
En algunas de esas alfombras hemos podido ver, Blanca Suárez, algunas de tus imágenes más bellas, glamurosas y sugerentes. No hace mucho que vimos una de ellas. Fue en el último festival de Cannes. Descendías de las alturas de nuestros sueños para mostrarte sin sujetador, vestida con un vestido que, lateralmente, dejaba ver (o intuir) la maravilla de tu pecho. Ese pecho ya lo hemos visto en alguna que otra película (en la ya referida La piel que habito nos regalas, incluso, la excitante visión de tus pezones erizados), pero, como acostumbra a suceder, lo intuido es, en muchas ocasiones, mucho más sugerente que lo explícitamente mostrado. Es por ese motivo por el que nos quedamos con esa imagen lateral de tus pechos para seguir soñando contigo, eterna colegiala viciosa, protagonista absoluta de nuestros sueños más sucios y fetichistas.