El complejo de Humbert Humbert
Hemos tenido que esperar. La Ley obliga. No es que esté prohibido el alabar la belleza de una joven que no haya cumplido todavía los dieciocho. Pero la contemplación de la belleza que queríamos alabar y los sentimientos que provocaba en nosotros nos llevaban siempre al otro lado de la frontera no ya de lo legal, sino también de lo políticamente correcto. Sin duda, se puede desear a una joven que no haya alcanzado la mayoría de edad. Después de todo, el deseo no es fruto de la voluntad. El deseo sólo obedece a una orden y esa orden no es otra que la de su misma esencia. El deseo no camina a otro compás que no sea el de su mismo pálpito; no sabe de conveniencias sociales ni de tabúes. El deseo, cuando es de verdad, cabalga por nuestras venas a su antojo, sin atender para nada al articulado del Código Penal y sin detenerse ante vallado alguno.
Que se lo digan, si no, a Humbert Humbert, el atormentado personaje que naciera de la imaginación de Vladimir Nabokov. A Humbert Humbert no le importó que Dolores Haze fuese apenas una preadolescente para convertirla en el oscuro objeto de su deseo. Para Humbert Humbert, Dolores era, simple y llanamente, Lolita, la luz de su vida, el fuego de sus entrañas, su pecado. Imposible no recordar el inicio de la famosísima novela de Nabokov cuando uno contempla a una bella adolescente iluminar las aceras de la ciudad con su fresca, radiante y desinhibida belleza juvenil. Imposible no sentirse traspasado, al mismo tiempo que nos maravillamos con esa belleza, por un escalofrío de vergüenza. ¿Pero qué hago yo mirando de este modo a esa muchacha?, nos preguntamos; y en nuestra cabeza empiezan a resonar calificativos que para nada nos hacen sentirnos a gusto con nosotros mismos. Rijoso, parece decirnos el coro de nuestra conciencia. Salido… Viejo verde… Sátiro… Y, lo que es peor, lo que peor suena en nuestros oídos, la palabra que nos coloca al otro lado de la Ley: pederasta. Y la contemplación de esa belleza, que había sido instantánea y vertiginosamente gozosa, queda salpicada por el sarpullido purulento de la culpa.
Del brazo de Al Pacino
Eso mismo nos sucedió a nosotros hace algún tiempo. Te contamos cuándo. Si llevas un tiempo leyéndonos ya sabrás que siempre nos ha gustado el cine. En el cine hemos encontrado siempre uno de los mejores ventanales para acercarnos a un universo repleto de bellas y seductoras mujeres. Por eso nos gusta mantenernos informados sobre los grandes premios cinematográficos mundiales y nos apasiona presenciar ese momento en el que las artistas, vestidas con sus mejores galas, pasean sobre la alfombra roja, deslumbrantes y seductoras, dejando tras de sí el esplendor que las estrellas fugaces dejan a su paso. ¿Cuántas veces no hemos soñado con noches delirantes de pasión y sexo contemplando a una de esas mujeres? Monica Bellucci, Penélope Cruz, Paz Vega, Anne Hathaway, Charlize Theron… Podríamos dar tantos nombres de bellísimas mujeres que nos han enamorado desde la alfombra roja…
Eso fue exactamente lo que nos sucedió hace dos años contemplando la del Festival de Venecia. Mirábamos aquel día extasiados la alfombra roja veneciana cuando, de golpe, vimos aparecer sobre ella al mítico Al Pacino. Del brazo de aquel actor que un día nos había seducido convertido en Michael Corleone, Frank Serpico o Tony Montana venían dos bellas mujeres. Una de ellas, adulta y morena, vestía un elegante vestido negro. La otra, joven y rubia, vestía un deslumbrante vestido blanco. Resplandeciente y virginal, esta joven rubia nos enamoró a primer golpe de vista. El deseo brotó en nosotros nada más verla de la mano de aquel actor con ojos de iluminado y cabellos de niño malo. Pero tuvimos que contener ese deseo. Tuvimos que acallarlo con paletadas de prudencia. Algo en nosotros, ese sexto sentido que concede la experiencia, nos decía que aquella hermosa hembra no había alcanzado la mayoría de edad. Y, aguijoneados en nuestra curiosidad, quisimos saber algo más de ella.
Supimos que aquella rubia que iba del brazo de Al Pacino se llamaba Camila Morrone (¡Dios, qué apellido!) y que era su hijastra. Supimos también que la bella mujer morena que les acompañaba era al mismo tiempo la madre de aquella bella rubia que deslumbraba con la rotundidad de sus formas y su rostro aniñado y la pareja del hombre que, convertido en protagonista de las tres partes de la maravillosa trilogía que Coppola filmara sobre los Corleone, se había encargado de dirigir los asuntos de la Familia tras la muerte de don Vito.
Deseando saber más de aquella bella joven e intentando averiguar, sobre todo, hasta qué punto podíamos dejar nuestra imaginación sin tener que cargar con la culpa de Humbert Humbert, supimos que Camila Morrone había nacido en Los Ángeles, pero que el hecho de tener sangre argentina en sus venas (tanto su padre, el modelo Máximo Morrone, como su madre, la modelo Lucila Polack, son argentinos) la convertían, emocionalmente, en una argentina más. Y que como tal la tomaba la prensa del país que había dado al mundo nombres como los de Jorge Luis Borges, Eva Perón, Ernesto “Che” Guevara, Juan Manuel Fangio, Diego Armando Maradona o el Papa Francisco. El saber que Cami Morrone (así la llaman sus íntimos, Cami) era emocional y sanguíneamente argentina nos hizo aumentar la intensidad de nuestro deseo. Si en los labios de un hombre el acento argentino siempre nos ha traído resonancias de psicoanálisis o de partido de fútbol radiado desde la cancha de Boca, en los de una mujer ese mismo acento nos ha sonado siempre a sexo del bueno, a dulzura desinhibida y a lujuria dulcificada, a embriaguez de los sentidos y a bohemia carnal.
¿Cómo no desear a Cami Morrone?
Pero, ¡ay, Camila!, tuvimos que contener nuestros deseos. Eras menor. No eras una lolita, claro; pero eras menor. Lolita, después de todo, la Lolita que hizo enloquecer de deseo a Humbert Humbert, era una preadolescente, apenas el esbozo de la mujer que podría llegar a ser un día. Tú, por el contrario, eras la fruta ya madura, un cuerpo de mujer en todo su esplendor. Eras, Cami Morrone, una tentación demasiado evidente como para ser ignorada por quienes, como nosotros, andamos a la caza visual de bellas mujeres a las que convertir en musas de nuestras pajas y numen de nuestros sueños más húmedos.
Pero todo pasa, y sobre todo el tiempo. Ésa es, al fin y al cabo, su esencia. Y el tiempo nos trajo la liberación. Ahora ya eres mayor de edad, Cami Morrone. Ahora ya no sentimos la voz de la conciencia diciéndonos que hay mujeres a las que no se puede desear. Ahora ya podemos dar rienda suelta a nuestro deseo y soñar contigo libremente. Ahora podemos, Cami Morrone, soñarte desnuda. Ahora podemos, Cami Morrone, soñarte follando. Y es que no podemos imaginarte de otro modo. Todo en ti nos hace pensar en sexo: tus labios gruesos, tus pechos despampanantes, tus caderas acogedoras, la perfección de tu culo…
¿Cómo mirar el culo de Camila Morrone y no soñar con penetrarlo hasta la extenuación? ¿Cómo contemplar las tetas de Cami Morrone y no imaginar un no acabar de besos, caricias, pellizcos, lamidos y eyaculaciones? ¿Cómo otear los labios de Camila Morrone y no soñar con una mamada rápida y urgente en cualquier portal oscuro, en cualquier asiento trasero, en cualquier lavabo público? ¿Cómo no soñar con Camila Morrone desnuda iluminándonos la noche con la maravilla esplendorosa de su desnudo? ¿Cómo no imaginar a Camila Morrone follando?
Quién sabe si algún día extasiaremos nuestra vista con una imagen así. Camila Morrone, que de momento ha pasado a engrosar el listado de bellos y sensuales angelitos de Victoria’s Secret, desea seguir los pasos de su padrastro, el gran Pacino. Y, sabiendo eso, nosotros nos preguntamos: ¿no habrá ningún director, entre todos los directores que en el mundo hay, que quiera regalarnos la sin duda magnífica e impactante imagen de Cami Morrone desnuda? ¿Qué mejor publicidad para un film que la de contener imágenes de Cami Morrone follando? El argumento de la hipotética película, la verdad, nos importa poco. Nosotros sólo queremos ver cómo sería la diosa Venus si, descolgándose del cuadro de Botticelli, se pusiera a caminar delante nuestro. Y de paso, claro, también queremos añadir nuevo material inspirador para nuestras pajas. Nunca viene mal añadirles rostros nuevos.