Cuando se habla del erotismo y de su historia hay que tener presente en todo momento que cada época y cada cultura tienen y han tenido su propio ideal de belleza y erotismo. Se ha convertido en tópico lo de decir, por ejemplo, que mujeres como Kate Moss o Kendall Jenner dejarían completamente frío a alguien como Rubens. Basta asomarse a la exuberancia cárnica de Las tres Gracias para saber por dónde andaban los gustos del pintor alemán en lo que a mujeres se refiere y qué alejados estaban esos gustos de los perfiles estilizados de las modelos que hoy triunfan sobre las pasarelas. Del mismo modo, las tres mujeres retratadas por Rubens en su famoso cuadro tendrían hoy francamente difícil triunfar en el mundo del modelaje.
Así, si durante la época del Barroco el prototipo de belleza femenino en Occidente estaba representado por la mujer de anchas caderas, brazos redondeados y carnosos, pechos llamativos, piel blanca y cintura estrecha, y en la época victoriana se impusieron los corsés como instrumento que ayudaba a la mujer a realzar su busto y sus caderas y a estrechar su cintura, en los inicios del siglo XX y, más concretamente, en Estados Unidos, el canon de belleza estaba representado por lo que se ha llamado la “chica Gibson” o “Gibson gilrs”.
¿De qué hablamos cuando hablamos de Gibson Girls? De un tipo de mujer de la que se ha dicho que fue el primer ideal de belleza femenina estadounidense y que fue creada en la última década del siglo XIX por el dibujante Charles Dana Gibson. La chica Gibson era una mujer de piel de porcelana y espesas pestañas y lucía habitualmente una larga melena o un voluminoso y muy cuidadosamente alborotado recogido Pompadour. Con cinturas estrechas y vestidos vaporosos, en la mirada de las Gibson Girls se dibujaba siempre un algo de melancolía que, unido a sus bocas pequeñas y de labios bien dibujados, las convertía en una especie de chica adorable y bien educada de la que resultaba terriblemente difícil no enamorarse.
Y es que la imagen de la Gibson girl es la plasmación perfecta de algo que, de tanto haberse repetido, a veces se olvida, y es que la insinuación es, habitualmente, más fuerte y más poderosa que la clara provocación. Más sexy y erótica.
Delicadas y sensuales, sin caer nunca en lo vulgar, las chicas Gibson coincidieron temporalmente con lo que se llamó en París la “Belle Èpoque”, una época en la que el ideal “parisino” de lo femenino estaba representado por la mujer con silueta de sirena. Frente a ella, la chica Gibson era algo más alta, esbelta y delgada, un tipo de mujer que no era fruto de la moda, sino una interpretación de lo que el propio creador, Gibson, veía en la calle. De hecho, al ser preguntado sobre cómo había creado a la chica Gibson, el dibujante contestaba que esta mujer estaba en la calle, en las iglesias, en la Quinta Avenida, en el trabajo… “No hay una chica Gibson”, afirmaba el creador, “sino multitud de ella en todos los EEUU”, y sentenció: “la chica Gibson es la chica norteamericana”, una chica que, buscando su realización personal, anhelaba poseer una cierta independencia; una mujer que amaba el deporte y a la que, lejos de permanecer a la espera del “príncipe azul”, le gustaba salir en busca del hombre que le resultara atractivo. La chica Gibson es, en ese sentido, la plasmación de lo que podríamos llamar la “nueva mujer”, esa mujer que rompe con los roles que tradicionalmente se habían asociado al sexo femenino y que, de alguna manera, habían empezado a romper las sufragistas.
La chica Gibson siguió siendo canon de belleza hasta los años de la Primera Guerra Mundial. Sería entonces cuando un nuevo tipo de chica vendría a sustituir como ideal de lo sexy a las Gibson girls. Abandonados los corsés y reducidos y simplificados los vestidos, las curvas marcadas y evidentes del cuerpo femenino que habían triunfado con la chica Gibson dejaban paso a las siluetas más estrechas y rectas que caracterizaría a las “flappers”. A ellas dedicaremos nuestro próximo artículo.