¿Hay alguien en el mundo que no sepa de qué se habla cuando se habla de 50 sombras de Grey? Cuando la escritora británica E.L. James publicó el primer volumen de la saga en 2012, nadie podía prever todo lo que iba a suceder. El éxito de ventas de aquel libro fue brutal. El que se publicaran nuevas obras que siguieran narrando la historia de pasión entre sus protagonista, irremediable.
Los de Christian Grey y Anastasia Steele se convirtieron en nombres conocidos por el gran público. Las ediciones de los diferentes volúmenes de la saga se fueron multiplicando y parecía que quien no hubiese leído Cincuenta sombras de Grey, Cincuenta sombras más oscuras, Cincuenta sombras liberadas y, posteriormente, Grey, no estaba en la onda.
El éxito de la saga arrastró tras de sí a buena parte de la industria editorial. Comenzaron a aparecer otras novelas eróticas y fueron muchas las personas que, de forma individual o en pareja, empezaron a interesarse por el BDSM.
Como en tantas otras ocasiones, el éxito de la saga firmada por E.L. James hizo que lo que había nacido como un libro se convirtiera en película. La industria cinematográfica siempre está atenta a estas oportunidades y, ojo avizor, apostó por Cincuenta sombras de Grey película.
El éxito parecía irremediable pero las personas del medio a las que les gusta ir un poco más allá de las simples cifras de ventas se preguntaban si la versión cinematográfica de la primera novela de la saga tendría un impacto social similar al que unos lustros antes había tenido el célebre film Nueve semanas y media.
Ahora, 7 años después de que se estrenara la versión cinematográfica de la primera novela de la saga Cincuenta sombras de Grey, podemos dar respuesta a esa pregunta. De ello vamos a hablar a continuación.
Éxito de la película 50 sombras de Grey
Visto con la perspectiva que solo da el tiempo, lo cierto es que el estreno de la adaptación cinematográfica de la primera novela de esta saga pasó como pasan los tifones anunciados: dejando menos daños colaterales de los previstos.
Ni se multiplicaron alarmantemente los divorcios ni las mujeres hicieron cola para alistarse al ejército de las practicantes convencidas de las prácticas BDSM.
La película se estrenó y, en un fin de semana, fueron un millón de personas (nada más y nada menos) quienes acudieron a los cines españoles a verla. La legión de fans de la trilogía literaria escrita por E.L. James y por fin pudo ponerle rostro y cuerpo al Lobo Christian Grey y a la Caperucita Anastasia Steele.
Seguramente, cada uno de esas lectoras (no nos engañemos, el fenómeno literario de la novela de James se cimentó sobre la adhesión en masa del público lector femenino), había imaginado a los protagonistas de la saga de otra manera.
Finalmente, como acostumbra a suceder en esto de las adaptaciones cinematográficas de obras literarias, los rostros que directores y productores eligen no siempre encajan con lo dictado por la imaginación de cada uno de los lectores.
¿Cuántas de estas lectoras, al leer Cincuenta sombras, habían imaginado en el rostro de Grey unas facciones semejantes a las de Jamie Dornan? ¿Cuántas habían creído que la cara de Anastasia se correspondería con la de Dakota Jonhson, la hija de Don Jonhson y Melanie Griffith?
Seguramente no demasiadas (por no decir ninguna), pero será con esos rostros con los que, gracias al poder del cine, pasarán a la historia de los amantes cinematográficos los dos personajes creados por E.L. James.
Cincuenta sombras de Grey versus Nueve semanas y media
En cierto modo, Dornan y Jonhson parecía que estaban llamados a ser lo que Mickey Rourke y Kim Basinger fueron en la década de los ochenta del siglo pasado.
Una vez se estrenó la película, no fueron pocos los críticos, comentaristas y tertulianos que afirmaron que dicha comparación resultaba excesiva.
Quizás el tiempo y el efecto perverso de la melancolía juega a favor de la valoración que se hace de Nueve semanas y media. Dirigida por Adrian Lyne en 1986 y protagonizada por el inquietante Mickey Rourke en el papel de John Gray y por la explosiva Kim Basinger como Elizabeth McGraw, aquel film fue todo un acontecimiento social.
La Basinger se convirtió en una de los mitos sexuales de la década. Sin duda, Dakota Johnson no puede arrogarse algo similar.
En el film de Lyne se realzaban elementos sensuales del baile, el uso de los cubitos de hielo o el juego erótico de la comida. En el caso del film dirigido por la directora Sam Taylor-Johnson, es el mundo del BDSM y el de las relaciones D/s el que centra las relaciones eróticas entre Christian y Anastasia.
Una y otra película echaron mano de una importante apoyatura musical para realzar el fondo de la historia narrada. Si Nueve semanas y media la encontró en la mítica You can leave your hat on del ya fallecido Joe Cocker, Cincuenta sobras de Grey lo hizo, entre otras, en el hit de Beyoncé, Crazy In Love.
También en el terreno musical sale perdiendo en apariencia el film de Taylor-Johnson. Siempre es arriesgado hacer previsiones sobre el recorrido histórico de cualquier obra artística (sea ésta un libro, un film, una canción, etc.) pero resulta complicado de creer que Crazy In Love pueda alcanzar el grado de sobrexplotación que la canción de Cocker ha llegado a tener durante casi tres décadas. De hecho, es difícil que cualquier persona que sobreviviera a los ochenta no asocie la canción de Cocker a un striptease o a algo directamente más sexual.
Críticas a la versión cinematográfica
Como en aquellos años sucedió con el film de Lyne (no todo lo que se vuelve mítico lo hace por su redondez artística), también las críticas que recibió la adaptación al cine de la novela de James fueron desiguales.
Se dijo en su momento que se prestaba demasiada atención a la dirección fotográfica. En el caso de 9 semanas y media, se dijo (y no de forma positiva) que Lyne mostraba y explotaba una estética de video-clip.
En el caso de Grey se habló de un guión que era una nadería como se habló en el caso de 9 semanas de un desarrollo decepcionante de la película tras un inicio prometedor.
En el caso de Cincuenta sombras de Grey se habló también de personajes planos, de falta de naturalidad, de poca química entre los protagonistas, de “porno suave para señoritas” y de “provocación leve”.
En la mayor parte de los casos, además, se hizo hincapié en la poco adecuada elección del protagonista masculino o en su linealidad interpretativa. Hubo críticos, sin embargo, que llegaron a decir que la película mejora, en algunos aspectos, las escasas virtudes de la novela.
Quizás sea en ella, en la novela, donde haya que buscar esa falta de profundidad psicológica que se pretende cargar sobre las espaldas de actores y equipo de la película. Para comprobarlo, la mejor manera es leer la novela y ver la película. Quizás la calidad de ambas no sea excesiva, pero hay que reconocerles un mérito importante: hicieron hecho que la gente pudiera hablar de sexo con una mayor libertad y pudo plantearse, en algunos casos, introducir nuevas prácticas en su vida sexual.
Quizás eso haya servido desde entonces para revitalizar la vida erótica de alguna pareja. Quién sabe si gracias al uso de una venda para los ojos, unas esposas y una pequeña pala para propinar nalgadas alguna pareja no recuperó el fuego y la pasión que, tiempo atrás, les hizo ser precisamente eso: un pareja. Y eso, creemos, ya es digno de aplauso. Por eso aún seguimos hablando de la trilogía Cincuenta sombras de Grey, del éxito de E.L. James y de la adaptación cinematográfica de sus novelas.