Dakota virginal
Pocas cosas dan tanto morbo como la falsa inocencia. En el imaginario masculino, esa falsa inocencia remite a virginidad a punto de perderse o, lo que viene a ser lo mismo, a trofeo por conquistar. No hay hombre que no sueñe con desvirgar a una chica inocente que, de repente, perdido el virgo, se le revela como un volcán en erupción. Tú, Dakota Johnson, empujas hacia ese tipo de pensamiento. Vemos la candidez en tus ojos, esa especie de belleza virginal, y el lobo que llevamos dentro nos pide hincarle el diente a tu piel. Ya sólo nos faltaba verte atada a una cama, convertida en Anastasia Steele, presa de las fantasías eróticas de un Christian Grey que nunca será como la mujeres lo imaginaron al lanzarse en tropel a leer la novela de E.L. James, para soñarte perturbadoramente sucia, desvirgada y viciosa.
Hemos soñado con Dakota Johnson desnuda, hemos soñado con Dakota Johnson follando, hemos soñado con Dakota Johnson entregándonos su virginidad. Pero lo hemos hecho siempre imaginando un polvo casi casto. Un polvo de misionero y poco más. Un polvo en el que a lo que más se llega es a una postura del loto y a un abrazo intenso mientras nuestro deseo inflamado entra dentro de ella rasgando el tesoro casi áureo de su himen.
Y de golpe y porrazo te vemos ahí, Dakota Johnson, hija y nieta de actores y actrices, proyectada en todas las pantallas cinematográficas del orbe, atada y sumisa, suplicando azotes con los ojos vendados, perra y requeteperra, morbosa y vencida por el deseo. Y hemos sentido rabia y sobre todo envidia, mucha envidia. Que haya sido ese pazguato de Jamie Dornan, ese inexpresivo Christian Grey, quien haya descubierto tus posibilidades eróticas más ocultas nos perturba más de lo que te puedes imaginar.
¿Cómo no alcanzamos nosotros a imaginarte protagonizando una escena bondage? ¿Cómo nos limitamos a la sencillez casi adolescente de imaginar a una Dakota Johnson desnuda pudiendo imaginarla, además, colgada del techo, atada con unas cuerdas, tal y como te hemos visto en la película? ¿Nos falló la imaginación? ¿Nos engañaron tus ojos dulces y tu tímida sonrisa? ¿Qué sortilegio impidió que nuestra mirada sucia te imaginara sucia, Dakota?
Dakota Johnson y Cincuenta sombras de Grey
Quizás nos habíamos habituado a las fotos que veíamos de ti en revistas y en anuncios. Las repasamos ahora, una y otra vez, y nos decimos qué fue de nuestra chica virginal e inocente. ¿En qué nos equivocamos, Dakota? ¿Qué vio en ti la directora de Cincuenta sombras de Grey que nosotros no vimos? En cierto sentido, Dakota, pensamos que nos has traicionado. Es más: pensamos que, en el fondo, en el fondo, te has traicionado a ti misma. Que has malvendido tu tesoro, ese tesoro que siempre te imaginamos, a cambio de nada. Porque en tus ojos, en esos ojos que rezuman inocencia, sigue aleteando, a pesar de tanto gozo y tanto látigo y tanto vicio y tanto BDSM, ese poso de tristeza que siempre aleteó. El señor Grey no consiguió borrártelo, darling.
Te equivocaste de maestro, dulce Dakota. Te equivocaste de Lobo, Caperucita. Éramos nosotros quienes podíamos enseñarte a gozar. Éramos nosotros los que podíamos, a la vez, conocer el placer infinito de la conquista de lo puro que en ti habitaba. Habríamos hecho el amor, Dakota, sin barroquismos sadomasoquistas ni vendas en los ojos, sin cuerdas de algodón ni artificios bondage. Lo habríamos hecho como, quizás, lo hicieron Adán y Eva en el inicio de los tiempos, antes de ser expulsados del Paraíso. Con el poquito de temor de sentirnos a punto de quebrantar una ley divina y con la resignación ante lo que, como el deseo, acostumbra a ser irremediable.
Y así, querida Dakota, nos habrías entregado la pureza que siempre imaginamos que tenías. Después, cuando nuestros cuerpos se hubieran conocido, cuando nuestra lengua hubiera recorrido cada centímetro de tu piel de incienso, ya iríamos adentrándonos, poco a poco, en el reino de la nalgada y la esposa, de la fusta y el látigo, del cumshot y el sexo anal.
Pero eso sería después, Dakota Johnson. Mucho después. Eso sería cuando ya en el azul marítimo de tus ojos hubiera brotado el coral agreste y salvaje de la lujuria y en ellos no quedara ya ni un ápice de esa pureza que siempre encontramos en tu álbum de fotos. De él hemos sacado algunas de estas imágenes que ahora repasamos.
Las miramos con la melancolía de quien añora lo que ya nunca será posible. Nos resignamos a ello y echamos mano de nuestra agenda preferida. En ella encontramos el rostro, el nombre y el teléfono de un ramillete de prostitutas de lujo que mantienen en su mirada esa pureza turbia de la falsa inocencia y en sus carnes la sabiduría de quien sabe cómo satisfacer y hacer cumplir los sueños más íntimos de un hombre. Ellas, en nuestras manos, experimentarán esa metamorfosis que soñábamos vivir contigo, querida Dakota. Incluso algunas de ellas se prestarán a jugar con nosotros a esos juegos que tú decidiste vivir con tu aburrido, triste y engreído Christian Grey.