El vivo retrato de la bohemia
Más de 170 millones de dólares. Ése es el precio que pagó hacen unos días un inversor chino por un cuadro de Amedeo Modigliani en una subasta realizada por la sala neoyorquina Christie’s. El cuadro, titulado Nu Couché, muestra a una mujer desnuda, tumbada en un diván, en actitud relajada, y, como todos los desnudos de Modigliani, transmite una muy sugerente mezcla de serenidad y lujuria.
Hablar de los desnudos de Modigliani es hablar de un tipo de pintura de desnudo fácilmente identificable. La resonancia internacional de la venta de esa maravillosa obra de arte que es Nu Couché no ha hecho sino refrescar en nuestra memoria esos desnudos femeninos tan identificables tanto por la postura que acostumbran a adoptar las modelos retratadas como por los colores utilizados y el tipo de trazos usados. Unos pocos colores entre los que destacan los tonos rojizos y terrosos, los negros o el ocre son los que sirven a Modigliani para retratar a esas mujeres que, de frente o recostadas, muestran unas formas estilizadas y esbeltas, sumamente sugerentes.
Nacido en 1884 en Livorno, Modigliani tuvo una vida corta. Murió en 1920, enfermo de meningitis tuberculosa tras una vida tempestuosa. Modigliani ajustó toda su vida al estereotipo del artista bohemio. Modigliani se empapuzó de alcohol, se drogó y bailó siempre sobre la cuerda floja de la locura. Eso no le impidió ser un hombre con un gran éxito con las mujeres. Conquistó a Anna Ajmátova, una de los mejores poetisas rusas. Con Simone Thiroux, a quien marcó la cara con un vaso roto, tuvo un hijo al que se negó a reconocer. Nina Hamnet, Lunia Czechowska, María Vassilieff y Burty Haviland fueron otras de sus amantes. Beatrice Hastings, escritora y periodista sudafricana, fue su pareja durante dos años. Muchos dibujos y once retratos han quedado como prueba de la adoración que Modigliani sintió durante un tiempo por Beatrice. Ella, años después, hablaría de él como de “un cerdo y una perla, hachis y brandy, ferocidad y glotonería”. Que se acabara suicidando es algo que más de un crítico e historiados ha achacado a las heridas sentimentales que quedaron en su vida tras su tormentosa relación con el pintor de Livorno.
También se acabó suicidando el último de los amores (y quizás el más grande) de Modigliani, Jeanne Hébuterne, una joven de 19 años, aprendiz de pintora, que conoció a Modigliani en 1917, cuando éste tenía 33 años y con el que se fue a vivir oponiéndose a los deseos de sus padres. Desesperada por la muerte del pintor, Hébuterne se lanzó por la ventana de un quinto piso un día después de que Modigliani falleciera en la Casa de la Caridad. Estaba embarazada de ocho meses y tenía una niña de dos años, Jeanne, que heredó las obras de su padre.
A todas estas mujeres amadas, explotadas, maltratadas o utilizadas, las retrató o dibujó Amedeo Modigliani. Cuando uno mira los cuadros de mujeres desnudas de Modigliani, está mirando a sus amantes. Modigliani las desnudaba corporalmente y, al retratarlas y pintarlas, dejaba su alma expuesta y desnuda.
El desnudo en Modigliani
El marchante del artista, el poeta polaco Léopold Zborowski, fue quien le convenció hacia 1917 de que pintara una gran colección de desnudos femeninos en lugar de seguir incidiendo, como Modigliani lo hacía, en el retrato. Ésa, la del retrato, había sido la gran especialidad de Modigliani desde que en 1906 llegara a París y se instalara en Montmatre resuelto a convertirse en un gran escultor. Que no pudiera dedicarse a la escultura por motivos de salud fue lo que lo empujó a dedicarse a la pintura. Modigliani había sufrido una tuberculosis cuando era niño y eso le impedía poder respirar el aire cargado de polvo propio de todo taller de escultura.
Dedicado a la pintura, Modigliani recogió la influencia de pintores como Toulousse-Lautrec, Cézanne o el primer Picasso para realizar unos primeros desnudos femeninos muy marcados por los principios estéticos del expresionismo y el simbolismo. Después, con el tiempo, los desnudos de Modigliani se volvieron mucho más sensuales y naturales. Fue este estilo sugerentemente impúdico el que, por sugerencia e Zborowski, Modigliani explotó en sus cuadros de desnudos. La intención del marchante era clara: conseguir entre la burguesía parisina una buena cartera de clientes que quisieran poseer alguno de aquellos originales e impactantes desnudos de Modigliani.
Las expectativas de Zborowski no se cumplieron. La burguesía parisina se reveló mucho menos abierta de mente de lo que aquellos tiempos (primera década del siglo XX en un París en ebullición cultural y artística) podían hacer prever. La exposición de los desnudos de Modigliani en la galería de Berthe Weill lo demostró. Fue clausurada por escándalo público. Alguien dijo que lo que molestaba no era la lujuria que los cuadros pudieran transmitir. Alguien dijo que lo que molestaba profundamente era la contemplación descarnada del vello púbico de las mujeres retratadas.
Hoy, casi cien años después de la muerte del polémico pintor italiano, uno de esos pubis velludos ha dado la vuelta al mundo. El segundo cuadro más caro de la historia de las subastas de arte lo muestra hermoso y natural, poderosamente atrayente en el cuerpo de una mujer a la que no podemos sino desear. Y es que los magos de la pintura, y Modigliani lo es sin duda, consiguen eso con la magia de sus pinceles y la fiebre exploradora de su mirada personalísima e intransferible: convertir un óleo en la puerta de entrada a un mundo de ensoñación en el que, por ejemplo, las más bellas mujeres (y las de Modigliani, estilizadas y esbeltas, naturales y lujuriosas, lo son) se nos ofrecen, musas y entregadas, carnales y adorables, en la penumbra de una buhardilla de un edificio típicamente decimonónico en un quartier parisino.