Lo erótico y el arte
Que lo erótico ha sido desde siempre motivo para el arte es obvio. De hecho, el concepto de erotismo tal y como lo concebimos no existiría muy probablemente sin la existencia del arte. ¿Qué son, sino erotismo en estado puro, las pinturas descubiertas en los muros de las mansiones pompeyanas? ¿Qué, sino un canto a la magia del cuerpo humano, tantas y tantas esculturas como nos han legado las antiguas culturas griega y romana? En las culturas griega y romana el erotismo se convierte en tema capital de la creación artística. Del amor al cuerpo humano y a la sensualidad del mismo son fruto esas maravillosas esculturas de las que hablamos.
Sin duda fue la expansión del cristianismo y, con ello, de un pensamiento tendente a priorizar lo espiritual sobre lo corporal, el alma sobre la carne, lo que hizo que la luminosidad libre y liberadora del erotismo quedara oscurecida por toda una serie de tabúes y prohibiciones que, despojando a la sexualidad de toda finalidad lúdica y hedonista, la reducía a una práctica humana cuya única finalidad debía ser, según proclamaban una y otra vez los sermones de los predicadores, la meramente reproductiva.
Tuvo que llegar el Renacimiento y, con él, la recuperación artística de los cánones y temas impuestos por el clasicismo greco-romano para que, con él, el erotismo volviera a convertirse en tema de gran atractivo para los artistas. Que la Iglesia católica no hubiera visto disminuido su poder y, con ello, su capacidad propagandística y su influencia social, hizo que en más de una ocasión saltaran chispas en la relación entre los artistas y las más altas autoridades eclesiásticas.
Con la Iglesia hemos topado
Uno de esos enfrentamientos entre artistas y clero fue el que se produjo durante el primer tercio del siglo XVI entre el grabador Marcantonio Raimondi y el Papa Clemente VII, uno de los Papas Médici, a partir de los dibujos realizados por Giulio Romano, pintor, decorador y arquitecto italiano, y uno de los principales discípulos de Rafael. Este pintor romano es el autor de una serie de pinturas eróticas que sirvieron para realizar una colección de casi una veintena de dibujos eróticos en los que se puede observar a una pareja copulando en diferentes posturas y que fueron agrupados en una obra que se conoce con el nombre de I Modi.
Estos dibujos (que podrían contemplarse como una especie de reducido Kama Sutra renacentista) pudieron circular de mano en mano gracias a la tarea desempeñada por el grabador Marcantonio Raimondi. Las copias realizadas por Raimondi empezaron a venderse en el mercado negro y a convertirse en motivo de conversación en las calles de Roma.
Lógicamente, las copias de los dibujos pornográficos de I Modi no tardaron en llegar a las altas esferas vaticanas. La decisión de Clemente VII no hizo honor a su nombre. Ordenó la destrucción de cuantas copias se encontraran de aquellos “demoníacos” dibujos eróticos que aparecían en I Modi y la detención inmediata tanto del autor de dichos dibujos tan obscenamente pornográficos como del realizador de sus copias.
De dicha tarea debió encargarse el obispo Gian Matteo Giberti, uno de los personajes más relevantes y con más poder de la Curia romana, que la cumplió parcialmente. Destruyó las planchas que sirvieron a Raimondi para hacer las copias, destruyó completamente la primera edición de I Modi y detuvo al grabador, persona fundamental, gracias a su trabajo, a la hora de extender por toda Europa el estilo renacentista. Lo que no consiguió Giberti, sin embargo, fue encarcelar a Giulio Romano, que consigue escapar al brazo ejecutor del obispo.
Todo este asunto de creación y represión atrajo la atención de quien por aquel entonces era uno de los autores satíricos más famosos de Roma, el poeta Pietro Aretino. Aretino, que ya se las había tenido con el obispo Giberti a causa de algunos versos, aprovechó la salida de Raimondi de prisión (las influencias de sus amigos jugaron un papel determinante en esta excarcelación) para marchar junto a él a una ciudad en la que imperaba una mayor tolerancia: Venecia.
Una vez en Venecia, Aretino y Raimondi decidieron editar una nueva edición de I Modi. Era el año 1527 y hacía tres de que los primeros dibujos eróticos de Giulio Romano vieran la luz. La nueva edición incorporó una novedad respecto a la anterior que mejoró notablemente la calidad de la primera. Dicha novedad eran los dieciséis versos satíricos de Aretino que acompañan a las ilustraciones eróticas. Esta segunda edición recibió el título de Sonetos lujuriosos.
I Modi y los Sonetos lujuriosos
Los dibujos eróticos de I Modi sorprenden por su riqueza artística. El hecho de estar realizados desde diversos puntos de vista y mostrando los cuerpos de diversa forma demuestran cómo, pese a su erotismo innegable, en el trabajo del autor y en su resultado final predominó en todo momento (y seguramente más allá del afán provocador) ese intento tan típicamente renacentista de estudiar al cuerpo humano en acción. Al igual que en el clásico Discóbolo de Mirón se analizaba cómo un cuerpo se mueve al lanzar un disco, en los dibujos eróticos de I Modi se plasman las posturas que adopta un cuerpo al fornicar.
La reacción papal a esta nueva edición de los dibujos no se hizo esperar. Clemente VII mandó destruir esta segunda edición y su brazo ejecutor entró en acción. Casi todos los ejemplares fueron destruidos. Algunos, sin embargo, lograron escapar al fuego censor. Algún que otro caballero decidió conservar su ejemplar en su biblioteca privada pese a la condena papal. Esto no ha permitido, sin embargo, que ningún ejemplar de Sonetos lujuriosos haya llegado completo a nuestras manos. De hecho, es muy poco de I Modi lo que ha llegado hasta nuestros días: un grabado con una postura erótica (al parecer la primera) que está guardado en la Biblioteca Nacional de París, otro grabado idéntico que se haya en la Albertina de Viena y varios grabados censurados que pueden contemplarse en el British Museum.
Si tan poco ha llegado hasta nosotros, ¿cómo podemos saber cómo eran los dibujos eróticos de I Modi? Fundamentalmente, gracias a uno de esos pequeños azares con los que de tanto en tanto la vida intenta corregir el espíritu destructor del ser humano. En este caso, el pequeño azar tuvo lugar cuando un tal Walter Toscanini encontró un pequeño libro con copias de los dibujos eróticos de I Modi impresas con xilografía. Este libreto, de ínfima calidad, permitió conocer cómo eran los Sonetos lujuriosos que editaran Aretino y Raimondi y de qué manera se alternaban los versos y las ilustraciones eróticas.