El siglo del libertinaje
Libertinos, pornógrafos e ilustrados. Ése es el título de la obra que acaba de publicar la editorial granadina Traspiés y que, firmada por los autores Ana Morilla y Miguel Ángel Cáliz, intenta realizar un compendio de aquellos autores que, durante el siglo XVIII, convirtieron el erotismo en materia literaria.
Y es que, tal y como señala Ana Morilla, el erotismo literario no nace con E.L. James ni, por supuesto, con Cincuenta sombras de Grey. Basta contemplar, por ejemplo, el papiro de Turín para ver cómo, ya en el Egipto faraónico, lo erótico se convertía en materia artística.
De una forma divulgativa y amena, Libertinos, pornógrafos e ilustrados se convierte en una excelente obra para tener una vista panorámica de lo que fue la literatura erótica de lo que se ha dado en llamar la época de la Ilustración.
Antes de introducirse en el estudio de autores como Sade, Diderot, Casanova o Choderlos de Laclos, autor de Las amistades peligrosas; los autores de Libertinos, pornógrafos e ilustrados realizan una introducción sobre lo que había sido la literatura erótica desde el inicio de los tiempos hasta ese siglo XVIII en el que autores como los anteriormente citados escribieron sus obras. Es en dicha introducción histórica donde se hace referencia, entre otros, a Astianasa o a Elefantis, pioneras griegas en el arte del narrar erótico. La primera, esclava de Helena de Troya, sería la autora de uno de los primeros manuales de erotología. Elefantis, por su parte realizaría, según se apunta en Libertinos, pornógrafos e ilustrados, textos pornográficos ilustrados que, cuenta Suetonio, llegaría a encandilar a aquel gran libertino que fue el emperador Tiberio.
Tras autoras como Astianasa, Fileanis o Elefantis, Morilla y Cáliz destacan en esa introducción a la historia de la literatura erótica hasta el siglo XVIII los nombres de autores clásicos que, entre otro tipo de literatura, dedicaron algunas de sus obras a tratar el tema de lo erótico. Entre dichos autores podemos encontrar a Ovidio, Petronio, Plauto, Aristófanes, Apuleyo o Safo.
En Libertinos, pornógrafos e ilustrados se cuenta cómo la llegada de la Edad Media y, con ella, el triunfo del neoplatonismo cristiano, supuso un absoluto cambio de paradigma. La sexualidad (e incluso la sensualidad) fue vista como algo pecaminoso. El sexo, según el nuevo paradigma moral imperante en la sociedad, sólo debía tener como fin la procreación. Concebir el sexo como algo que tenía valor en sí mismo por el simple hecho de proporcionar placer era el camino más directo y seguro hacia el infierno. Los curas clamaban contra la sexualidad desde los púlpitos, lo que no impidió que surgieran obras en las que, pese al uso de metáforas y eufemismos, el erotismo era el protagonista absoluto de las mismas. En esos libros surgían frailes y monjas que fornicaban a la más mínima oportunidad, mujeres adúlteras, maridos cornudos, alcahuetas y prostitutas… ¿Sus títulos? Los cuentos de Canterbury de Chaucer y el Decameron de Giovanni Boccaccio serían las dos obras eróticas más significativas de esos siglos. El español Libro de buen amor del Arcipreste de Hita podría estar incluido en este grupo.
Los conceptos de libertino y pornógrafo
Los autores de Libertinos, pornógrafos e ilustrados destacan cómo fue en el siglo XVIII cuando la gazmoñería moral propia de los siglos anteriores se vio frontalmente atacada por una serie de escritores cuya obra, en palabras de los autores de esta fantástica obra divulgativa, “supuso una revolución casi tan importante como la revolución política que se fraguó en los Estados Unidos o en Francia”. Para Morilla y Cáliz, “nuestra época debe mucho a estos esforzados iconoclastas que lucharon contra los poderes de su tiempo”.
A la hora de hablar del título de su obra, Ana Morilla destaca cómo hay que buscar el origen de la palabra libertino en la antigua Roma. Allí, el libertino era el hijo del liberto, es decir, el hijo del esclavo liberado. Ese concepto fue cambiando con el paso de los siglos hasta el punto de que, en los siglos XVII y XVIII, el término libertino fue aplicado a aquellas personas o autores que criticaban abiertamente los comportamientos o los fundamentos de la Iglesia, la monarquía y, en general, los principios fundamentales sobre los que se sostenía aquella organización social que recibía el nombre de Antiguo Régimen. Si actualmente acudimos al diccionario, el libertino es definido como una persona licenciosa, disoluta y entregada al vicio.
Por su parte, la palabra pornógrafo se reserva a aquellas personas que escriben sobre la prostitución. Así empezó a utilizarlo Ateneo de Náucratis, retórico y gramático griego que vivió a finales del siglo II y principios del III d.C. y que autor de Banquete de los eruditos. Ateneo empleó el término pornógrafo para hablar de aquéllos que hablaban continuamente de las prostitutas o heteras. Se cree que Ateneo de Náucratis tomó la palabra pornógrafo del mundo del arte. Al parecer, Polemón de Ilión, crítico de arte, dedicó el término pornógrafo para denominar a aquellos pintores que retrataban a las cortesanas.
Ana Morilla, doctora en Teoría de la Literatura y directora de la editorial Artificios, señala cómo la palabra pornógrafo fue introducida en Francia por Restif de la Bretonne, un autor francés muy prolífico y popular de finales del siglo XVIII. Fetichista del calzado femenino, Restif de la Bretonne escribió El pornógrafo, un libro escrito con el objetivo de aportar ideas que sirvieran para regular la prostitución.
Libertinos, pornógrafos e ilustrados es un excelente compendio de anécdotas relacionadas con la historia de la literatura erótica. Se sabe, por ejemplo, que Napoleón consideraba perversa y detestable la obra del celebérrimo Marqués de Sade. Incluso existe algún grabado en que se contempla a Napoleón echando al fuego un ejemplar de Justine, sin duda uno de los grandes títulos de Sade y uno de los más polémicos. No en vano, es en esa obra donde el provocador autor francés realiza una de sus más famosas y polémicas afirmaciones: la que sostiene que la virtud es castigada y el vicio recompensado.
Libertinos, pornógrafos e ilustrados es un gran trabajo y su edición es, sin duda, un gran acierto de la editorial Traspiés. En esta edición pueden encontrarse, en sus páginas impares, ilustraciones eróticas de autores como Paul Avril, Fragonard, Barbier o Borel y Elluin. Sin duda, una obra de gran interés para todos los amantes del erotismo.