Misterios insondables
Hay cosas en la vida que nunca podremos entender. O que nos costará mucho hacerlo. Las fórmulas que aparecen recogidas en las 46 páginas originales en las que Einstein esbozó la Teoría de la Relatividad podrían ser una de ellas. El cómo se sabe a qué distancia aproximada se encuentra Neptuno, otra. Supongo que el entender estas dos cuestiones sería, finalmente, cuestión de dedicación, de emplear tiempo en ello, de querer, de verdad, entenderlo. Es decir: que si dedicáramos a ello el tiempo necesario, entenderíamos finalmente por qué el tiempo depende del movimiento y, con ello, de la velocidad; y lo mismo sucedería con lo de saber cómo los seres humanos somos capaces de saber la distancia la distancia a que se encuentra Neptuno. Entendido esto último, daríamos las gracias a G.D. Cassini, un astrónomo italiano que, ¡en 1672!, y utilizando una técnica denominada paralaje, calculó la distancia a Marte.
Tras realizar ambos esfuerzos de entendimiento, comprobaríamos, pues, los resultados casi siempre positivos que, tarde o temprano, se acaban derivando del esfuerzo. Así, el esfuerzo por entender (esa inversión de tiempo) nos garantizaría a la corta o a la larga el entendimiento final. Pero… ¿eso es siempre así? ¿Siempre se acaba entendiendo lo que no entendemos? Rotundamente, no. Y es que sé, positivamente, que nunca entenderé qué hacía en junio de 1995 el actor británico Hugh Grant metido en su BMW con Divine Brown, una prostituta de Sunset Boulevard (Los Ángeles) a la que el famoso protagonista de películas como Cuatro bodas y un funeral, Sentido y sensibilidad, Mickey ojos azules, Notting Hill, Un niño grande, Love Actually o El diario de Bridget Jones le había pagado 70 dólares a cambio de una felación. Y no lo entenderé no porque uno no aprecie como se merecen las tareas y los servicios (entre ellos la felación) de tantas y tantas prostitutas como existen en el mundo.
Faltaría más que desde aquí pusiéramos en tela de juicio el ars amandi de tanta escort, señorita de compañía, chica relax, prostituta, etc. como ejerce por el mundo. Pero en nosotros pervive todavía un poco de romanticismo y un algo de mitómanos y nunca hemos acabado de entender qué hacía el golfo de Hugh Grant (hay gente que con la cara, paga, y el bueno de Hugh es uno de ésos) con una prostituta callejera (con todos los respetos para ella, pero Divine Brown no era, en modo alguno, una escort de lujo, no) en lugar de estar saciando sus apetencias sexuales con la que en aquel tiempo (y durante trece años) era su pareja, la bella modelo y actriz, también británica, Elizabeth Hurley, un auténtico bombón al que Hugh había conocido varios años atrás, en 1987, cuando coincidió con ella en el rodaje de Remando al viento, una película del director español Gonzalo Suárez.
La MILF que nos quita el sueño
Hoy Liz Hurley es esa MILF a la que todos le clavaríamos el diente y alguna que otra cosa, una madurita que casi siempre luce bellísimos escotes (¡qué gusto debe de dar el meter mano en ese escote y acariciar esos pechos que uno siempre ha encontrado hermosísimos!) y una mirada en la que no encontramos nada de monjil. Vamos: que no concebimos a Liz Hurley haciéndole ascos a nada que tenga que ver con el placer y el gozo sexual. En ella no intuimos remilgos como tampoco lo tendríamos nosotros para devorar todo lo que de devorable esconde su cuerpo, aunque ello se agazape tras una mata de vello púbico como el que vemos fotografiado en una de las imágenes que ilustran este texto. La boca de Elizabeth Hurley, grande, nos parece una boca más que apropiada para realizar magníficas felaciones. Y con ellas soñamos cuando contemplamos cómo Liz Hurley, desde el otro lado de la cámara fotográfica, clava sus bellos ojos verdosos en nosotros y nos sonríe con una de esas sonrisas suyas, amplias y frescas, unas sonrisas que parecen prometernos el Cielo o, cuanto menos, un anticipo muy bueno de él.
El tipazo de Liz Hurley luce, todavía hoy, espectacular en revistas, publicidad e imágenes de Instagram. Y eso que Elizabeth Hurley ha traspasado ya la barrera de los cincuenta. Hurley es de esas cincuentonas que quitan el aliento y que, fruto de una combinación demoníaca de herencia genética, buena alimentación y horas de gimnasio, lucen esplendorosas y un poco como más allá de la influencia del tiempo. En mujeres como Liz Hurley los años no hacen sino matizar esa belleza intemporal que, de puro clásica, vence a todas las modas. Liz Hurley no necesita experimentar con su imagen ni cambiarse el peinado cada dos por tres ni renovarse a diario para resultar bella. Elizabeth Hurley podría ser una estatua clásica que hubiera tomado vida como la tomaba Ava Gardner a partir de una estatua de mármol en Venus era mujer, la película que la lanzó a la fama allá por 1948, cuando ya hacía un lustro que había dejado de ser la mujer de Mickey Rooney y cuando quedaban apenas tres para que Francis Albert Sinatra, Frankie, el hombre de la voz de oro, se convirtiera en su tercer marido.
Que la marca de cosméticos Estée Lauder eligiera a Liz Hurley como cara oficial de la marca no hace sino servir para alabar su clásica belleza. Liz Hurley es la mujer ideal para lucir cualquier tipo de vestido y la mujer a la que cualquier hombre le gustaría quitárselo.
Entrar en un salón del brazo de alguien como Elizabeth Hurley debe suponer, seguramente, recibir de inmediato un chaparrón de miradas envidiosas. Ojos que desnudan. Ojos que valoran. Ojos de hombres que ya saben a primer golpe de vista que Elizabeth Hurley es una mujer cinco estrellas y que sueñan con Elizabeth Hurley desnuda, con Elizabeth Hurley follando, con Elizabeth Hurley demostrando a todo el mundo que la tontería realizada por Hugh Grant aquella noche de junio en Sunset Boulevard era una de esas tonterías que no tienen parangón y que sólo podría ser comparable, qué se yo, a hacer voto de castidad en la casa Playboy o a dormir con Scarlett Johansson sin intentar, al menos, arrimarle cebolleta.
Desde aquí queremos rendir cumplido homenaje a la belleza clásica e intemporal de esa maravillosa MILF que es Elizabeth Hurley y, de paso, reivindicar también la de todas esas maravillosas escorts que están ahí, en algún punto de nuestra ciudad, esperando a que un hombre se acerque a ellas para vivir una experiencia única, maravillosa e inolvidable. Si quieres conocer a una de esas maravillosas chicas de compañía sólo tienes que buscar en internet a Escorts en tu ciudad.