Moda y erotismo
El erotismo no escapa al contagio de las modas. Basta contemplar ciertos looks que triunfaron años atrás. ¿Qué mujer no intentó reforzar su sensualidad en los años ochenta echando mano de una blusa con marcadas hombreras? Hasta los hombres llevaban hombreras en aquellos años intentado, así, reforzar su atractivo. Basta con mirar fotografías de la época. Desde nuestro punto de vista actual nos parecerán horteras hasta el vómito las americanas de Don Johnson (sí, el papá de Dakota también lucía hombreras), pero era lo que se llevaba, y era lo que se consideraba sexy.
Y es que los estándares de belleza cambian y lo que hoy es sexy mañana puede parecer trasnochado, demodé y, como hemos dicho antes, hasta hortera, que es la manera delicada y popular de decir falto de gusto.
Cuando se habla de cómo el concepto de belleza cambia de unas épocas a otras suele utilizarse el ejemplo de uno de los más grandes pintores de la historia de la pintura, Peter Paul Rubens. Y siempre, al hablar de él y de su ideal de belleza femenina, nos hacemos preguntas como la siguiente: ¿qué pensaría Rubens, nos decimos, si contemplara algunos de los cuerpos que, rozando los límites de la anorexia, triunfan hoy en día sobre las pasarelas de medio mundo? Si Rubens fuera contemporáneo nuestro, sin duda se convertiría en acérrimo defensor de la tendencia curvy. Entre Candice Huffine y Sara Sampaio, por ejemplo, Rubens se quedaría sin dudarlo ni un instante con la primera. Por el contrario, a nosotros, desde nuestra perspectiva actual y desde nuestro ideal de belleza, las mujeres pintadas por el pintor alemán no acaban de resultarnos del todo atractivas. Demasiado desparrame de glúteos. Demasiado grosor de muslos y cinturas. Demasiada loa a la celulitis y la piel de naranja.
Y lo mismo que sucede con los cuerpos y las maneras de vestirlos sucede con otros complementos u otra serie de objetos que, de una manera u otra, sirven para reforzar el erotismo innato de la persona. También la visión que se tenga de ellos depende, en gran medida, de las modas. Hoy parecen sexys los pantalones de pitillo; mañana, los vaqueros llenos de rotos y descosidos que dejan entrever zonas más o menos anchas de los muslos de quien los lleva; pasado mañana, los ombligos que, desvergonzados, exhiben el toque luminoso de un piercing.
El lunar en los siglos XVII y XVIII
Si contemplamos retratos femeninos de finales del siglo XVII y del siglo XVIII contemplaremos cómo en muchos de esos retratos hay un elemento omnipresente y que está ligado de una manera más o menos directa al erotismo: el lunar. El lunar postizo (pintado o pegado) adorna el rostro de muchas cortesanas y aristócratas que aparecen retratadas en las obras de los grandes retratistas de la época.
Según algunos autores, ese lunar de quita y pon que aparecía en el rostro de muchas mujeres servía principalmente para tapar pequeñas marcas que pudieran afear el rostro. Muchas de esas marcas, sostienen esos mismos autores, eran debidas a las grandes epidemias de viruela que durante esos años azotaron a Europa. Las mujeres podían utilizar los lunares (bien pintados, bien realizados con parches de seda o terciopelo) para tapar en su cuello, su rostro o sus escotes las marcas más o menos grandes que la viruela hubiera podido dejar en dichas zonas de su anatomía.
Dicho uso funcional de los lunares postizos no era algo exclusivo de dicho siglo. Marcial, por ejemplo, el gran poeta romano natural de Bílbilis (Catalayud, Zaragoza), cuenta en sus crónicas cómo algunos hombres paseaban por las calles de Roma luciendo en su frente grandes parches con forma de estrella. Marcial comenta cómo esos parches servían a esos hombres para ocultar las marcas que se les solía hacer a los esclavos con un hierro al rojo vivo. Convertidos en hombres libres, esos hombres intentaban, gracias a esos parches, esconder su pasado.
La aparición de las vacunas en el siglo XVIII permitió erradicar la viruela, por lo que los lunares postizos dejaron de perder esa funcionalidad de camuflaje para limitarse a cumplir una tarea estética, algo que también habían tenido en la Antigua Roma. En aquella época los affeminati, especie de jóvenes chaperos que pululaban por las calles de la Roma imperial, adornaban sus pómulos para resultar más atractivos y, así, llamar la atención de patriarcas del imperio.
En Francia, a los lunares de quita y pon se les llamaba mouches (moscas), se guardaban en pequeños estuches y tenían diferentes formas. Existían mouches con forma de flor, de luna, de corazón, de estrella, de bestia… Su popularidad fue tan alta que incluso Perrault, el gran cuentista, los mencionó en uno de sus cuentos más famosos, La Cenicienta. Las hermanastras de la protagonista del cuento compraban lunares postizos en las mercerías parisinas.
El significado de los lunares
El uso masivo de los lunares de quita y pon hizo que finalmente, y al igual que sucedió con los abanicos, se desarrollara un código según el cual se otorgaban significados distintos a los lunares postizos dependiendo de dónde estuvieran éstos colocados.
Si conocemos la significación simbólica de los lunares según su colocación en el rostro es gracias a un ensayo editado en Francia en 1654. Ese ensayo tiene el siguiente título: “Sobre la situación de los lunares sobre el rostro de las damas con observaciones exactas de su tamaño y su forma, según los lugares donde ellos son colocados”. Según dicho ensayo, los significados de los lunares postizos según donde éstos están colocados son los siguientes:
- Lunar en la mejilla derecha. La mujer lleva ahí el lunar es una mujer casada.
- Lunar en la mejilla izquierda. Mujer prometida o viuda.
- Lunar junto a la boca. Mujer abierta a la posibilidad de ligar.
- Lunar en el labio superior. Mujer soltera dispuesta a tener citas.
- Lunar en forma de Cupido. La mujer que luce un lunar postizo de este tipo está lanzando un mensaje claro: busco amor.
- Lunar con forma de medialuna. La mujer que lucía este tipo de lunar de quita y pon no sólo estaba declarándose dispuesta a tener una cita. También estaba declarando que estaba dispuesta a tenerla de noche.
- Lunar junto al ojo. Sin remilgos: quiero sexo. Eso es lo que proclamaba la mujer que, en los siglos XVII y XVIII, lucía ese tipo de lunar.
Pasada la moda de lucir lunares postizos en la alta sociedad, el uso del lunar postizo quedó reservado casi exclusivamente al mundo de la prostitución. Gracias al lunar de quita y pon muchas prostitutas intentaban no sólo realzar su atractivo y dar a su rostro un toque llamativo que les hiciera triunfar en su profesión, también intentaban camuflar las marcas de alguna enfermedad venérea.
Hollywood, y su poder para publicitar urbi et orbe un rostro de mujer, estaba llamado a convertirse en el gran recuperador del carácter erótico del lunar postizo. Así, a lo largo de las décadas han ido apareciendo rostros de mujer que, adornados con un lunar, se han convertido en sinónimos de sensualidad y erotismo. ¿Nombres? Te daremos sólo unos cuantos de actrices y modelos para que puedas constatar hasta qué punto un lunar puede llegar a ser sensual: Marilyn Monroe, Natalie Portman, Eva Mendes, Scarlett Johansson, Angelina Jolie, Elsa Pataky, Cindy Crawford, Madonna, Dita von Teese… En fin: la lista podría ser interminable. De hecho, seguro que conoces a alguna mujer que posee un lunar en el rostro que le sienta de maravilla.