Con los ojos bien abiertos
Se nos ha dicho mil veces y lo hemos escuchado desde pequeños, pero no viene mal, de vez en cuando, desempolvar el viejo consejo y volver a repetirlo para que no quede arrumbado en algún rincón de la desmemoria. ¿De qué consejo hablamos? De aquél que nos dice que hay que caminar siempre con los ojos bien abiertos ya que sólo así, con los ojos atentos a todo lo que nos rodea, podremos captar todos los estímulos visuales que la vida despliega a nuestro paso y que son, sin duda, muchos y muy variados.
Sólo con los ojos bien abiertos podremos enterarnos de que hay hombres y mujeres de todas las edades que, con un carro en la mano, han convertido el rebuscar en los contenedores de nuestras calles en su modo de malganarse la vida. Sólo con los ojos bien abiertos podremos saber también qué tipo de pantalones gustan de llevar los adolescentes, qué colores priman en las pasarelas y en los escaparates, qué cortes de pelo triunfan en las peluquerías y cómo se tienen que colocar la gorra sobre la cabeza un chaval de quince años para estar a la última y no dar el cante en la puerta del instituto.
Si camináramos ensimismados por la ciudad y con los ojos vueltos hacia el interior, mirando sin mirar, perderíamos de vista todos esos detalles como perderíamos tantas otras cosas, entre ellas esos carteles que reclaman nuestra atención desde las marquesinas de las paradas de los autobuses, desde algún pirulí destinado a la publicidad o desde algún punto del andén de las estaciones de metro. Gracias a esos carteles nos enteramos de la oferta que una agencia de viajes nos hace para viajar a Cancún, del nuevo ingenio para aliviar la sordera, de la penúltima campaña de Jazztel para fijos y móviles o de la última película que, intentando luchar contra la piratería y la descarga ilegal, intenta llevar a gente de distinto pelaje y condición a las salas de cine.
La última heroína
Ha sido gracias a uno de esos carteles que nos hemos enterado de que se acaba de estrenar el capítulo final de la saga de las películas creadas a partir del videojuego Resident Evil. Ha sido gracias a uno de esos carteles como hemos vuelto a ver, retadora, la figura de una de las actrices que sin duda mejor ha representado cinematográficamente el papel de heroína: Milla Jovovich.
El mismo apellido de la escultural Milla Jovovich nos da las claves sobre parte de sus orígenes. Como tantas bellas mujeres, Milla Jovovich es fruto de la mezcla de características étnicas distintas. De padre serbio y de madre de ascendencia rusa (la ascendencia eslava se nota en la elegancia de las líneas corporales de Milla Jovovich, esa finura que ni siquiera se quiebra en las escenas de acción protagonizadas por esta hermosa mujer), Milla Jovovich vio la luz en diciembre de 1975 (hace poco que estrenó la cuarentena) en Kiev, Ucrania. Los motivos políticos obligaron a su familia a abandonar lo que entonces era la URSS cuando Milla contaba con cinco años de edad. Fue entonces cuando la familia de Milla Jovovich inició un periplo que, iniciándose en Londres, finalizó en Los Ángeles tras un paso por Sacramento (California). A día de hoy, Milla Jovovich es considerada, con todas las de la ley, una ciudadana norteamericana. Y como tal se nacionalizó en 1994.
Cuando llegó ese momento, Milla Jovovich ya era conocida en todo el mundo. De hecho, Milla alcanzó la fama cuando aún era muy joven. Uno de los grandes responsables de ello fue el mítico fotógrafo de moda norteamericano Richard Avedon. Él fue quien se prendó del rostro de Milla Jovovich cuando ésta contaba sólo con once años de edad y él quien la eligió para convertirse a esa tierna edad en el rostro de la marca Revlon. Un año después, la revista italiana Lei la elegía para protagonizar su portada. En esa misma portada se hablaba de Milla Jovovich como de una lolita, una digna representante del inmortal personaje creado por Vladimir Nabokov.
Hubo polémica, claro, tras la publicación de aquella portada y de las fotografías de Milla Jovovich que ilustraban aquella publicación. Las referencias eróticas eran demasiado obvias y Milla Jovovich no dejaba de ser, al fin y al cabo, una niña de doce años. Demasiada turbia la elección de esa niña para protagonizar esa portada. Y demasiado efectiva. Hay que reconocerlo así cuando uno contempla esa portada y no puede dejar de sentir un estremecimiento malsano. Mejor olvidarla. Mejor contemplar a esa niña turbadora como la crisálida de lo que iba a ser, sin duda, una bella mujer con un rostro inolvidable.
Marcas como L’Oréal, Christian Dior, Donna Karan y Versace no podían permanecer ajenas al atractivo brutal de esa bella mujer que es Milla Jovovich. Y no lo hicieron. Esas marcas convirtieron a Milla Jovovich en protagonista inolvidable de más de una campaña publicitaria. El azul purísimo de la mirada de Milla Jovovich se volvió adulto, los labios (esos jugosos labios entreabiertos que muestran la brillante blancura de los dientes que ocultan) siguieron conservando su arrebatadora sensualidad, las piernas se volvieron de inacabable longitud y se conservó en el rostro de la actriz y modelo un cierto aire de inocencia, el justo para volverse puro morbo, un leve matiz de aquella lejana infancia que se resiste aún hoy a darse por vencida y que resiste ante el empellón de ese algo felino que se agazapa en la mirada de Milla Jovovich y que, en ocasiones, nos hace recordar lejanamente a aquella otra maravillosa mujer, gatuna, sensual y falsamente aniñada que fue capaz de robar el corazón a Bogart y que se llamaba Lauren Bacall.
El desnudo de Milla Jovovich
A la Bacall, sin embargo, no la vimos desnuda como te hemos visto a ti, Milla Jovovich. Y el responsable de ello no es otro que tu esposo, Paul W.S. Anderson, guionista, productor y también director de las distintas entregas de Resident Evil y autor de una maravillosa colección de fotografías en la que se te observa, Milla, deseable y sensual, elegantemente sexy, completamente desnuda, exhibiendo sin recato el descaro subversivo de tus pezones, la hirsuta libertad de tu vello púbico, tu elegancia felina de heroína en reposo.
Milla Jovovich desnuda hace pensar en un Paraíso sin árbol del bien y del mal plantado en mitad del jardín, un Paraíso, por tanto, en el que es imposible pecar. En el Paraíso en el que reina Milla Jovovich como una Eva tentadora no hay riesgo de cometer pecado ni riesgo de padecer una condena divina. Todo lo que de sexual se haga en ese Paraíso con una mujer como Milla Jovovich será natural como natural es (o debería ser, con curas o sin curas) la práctica del sexo. Y es que todo deseo puede y debería ser ser permitido cuando uno contempla a Milla Jovovich desnuda. Milla Jovovich desnuda es algo así como el esbozo de una feminidad que guardara en sus líneas un algo muy leve de androginia.
Quizás ese leve aire andrógino se debe a que Milla Jovovich no es una mujer de pechos exuberantes. Los pechos de Milla Jovovich se alejan decididamente de la idea de ubre a la que pueden remitir los pechos de otras famosas. Si en Google introduces la expresión “mujeres tetonas” ninguno de los resultados obtenidos te remitirán a Milla Jovovich. Los pechos de Milla Jovovich, bellos pero alejados de todas exuberancia, son ese tipo de pechos que uno siempre ha imaginado que son capaces de estremecerse al más mínimo roce. No importa que dicho roce se deba a una leve brisa de aire: esos pezones, los pezones de Milla Jovovich, siempre reaccionarán poniéndose erectos para delatar así a una mujer a la que imaginamos entregándose al sexo con elegancia pero sin remilgos, dándose completamente pero siempre dibujando una estampa digna del lápiz o la pluma del mejor ilustrador erótico. Y así nos imaginamos a Milla Jovovich follando: desatada, heroína única de polvos en los que el deseo se desencadena, la lujuria se apodera de todo y los gemidos escalan a las alturas dejando en ellas el rastro de un batir de alas que suena como suenan los corazones cuando se desbocan de pura pasión.
Algo aproximado a todo esto que te hemos contado es lo que sentimos cuando miramos a Milla Jovovich desnuda o cuando contemplamos alguna escena en la que surja Milla Jovovich follando.