El amor nace en cualquier sitio
El amor o el deseo pueden brotar en cualquier lugar. Si Eva conquistó a Adán en la soledad original de un Paraíso en el que los cuerpos recién creados andaban a tientas en busca de otro cuerpo, quien después sería Luis XVI se sirvió de la majestuosidad de los salones y jardines de Versalles para preguntar a María Antonieta si estaba dispuesta a perder la cabeza por él. El amor puede brotar entre orquídeas y rosas y también entre probetas y redomas. De hecho, uno de los amores más apasionados de la historia, el que experimentó Marie Curie por su marido Pierre, brotó en el gélido ambiente de un laboratorio parisino.
El amor puede encontrar acomodo en ese sarpullido de islas que salpica los mares de Grecia o en la desolada piel de tambor de la estepa rusa. Hay gente que se ha enamorado en un refugio antiaéreo, escuchando el aullido de las sirenas y el estallido de las bombas, y gente que ha sentido mariposillas en el estómago paseando por Central Park en una tarde otoñal. Lo mismo sirven para enamorarse las orillas del Sena que las escaleras leprosas de una favela, la inmensa explanada de Tiananmén que la recoleta intimidad de una plazuela del Trastevere, las gradas multicolores del Camp Nou que los aledaños del Santiago Bernabéu, la sombra de una higuera en el huerto de los abuelos que la penumbra aromática de un restaurante ubicado en pleno centro de la ciudad. Son muchos los lugares propicios al amor y los mejores poetas ya han escrito sobre ellos.
Algunos amores han brotado, por ejemplo y con el glamour propio de lo cinematográfico, en los platós de rodaje, en esos tiempos muertos en los que, entre toma y toma, los actores se beben alguna que otra infusión o la enésima copa de whisky con la que matan el hastío y alimentan la cirrosis. Bogart y Bacall, Pitt y Jolie o Bardem y Penélope serían algunas de esas parejas cuyo amor ha encontrado su cuna en la alcanforada capa de nitrato del celuloide. Hay amores que han nacido tras rodar un videoclip (el de Blanca Suárez y Dani Martín o el de Enrique Iglesias y Anna Kournikova, por ejemplo) y amores que han encontrado su caldo de cultivo en el rodaje de un anuncio. Entre estos últimos, dicen, se encuentra el que podría haber nacido entre el futbolista brasileño Neymar Jr. y la modelo sudafricana Nicole Meyer.
¿La novia de Neymar?
Hay quien dice que sí que es cierto que Neymar Jr. y Nicole Meyer mantienen una relación que va más allá de lo profesional o lo amistoso y hay quien dice que esa relación no pasa de ser un simple rumor. No nos importa demasiado hasta qué punto es cierto o no que la estrella del Barcelona y la guapísima modelo hayan iniciado algún tipo de relación tras rodar un anuncio de gafas. Nos importa, como amantes del erotismo que somos, el que el rumor nos ha permitido descubrir a esa tentación irresistible que es Nicole Meyer.
En Nicole Meyer hemos encontrado a esa sirena a la que ni siquiera el mítico Ulises se hubiera resistido. De haber surgido Nicole Meyer de las aguas del Egeo ante la proa del barco del rey de Ítaca en su accidentado regreso a su patria, éste no se habría atado a la vela de aquél para vencer la tentación y Penélope seguiría todavía tejiendo y destejiendo el sudario de Laertes, su suegro, esperando el regreso del esposo ausente. O quizás ya, desesperada de tanta espera, Penélope se habría entregado a las aspiraciones de cualquiera de los pretendientes que habían ocupado el palacio esperando que la devota esposa del héroe les concediera la mano, tal y como nos cuenta Homero que hicieron.
Nicole Meyer tiene todos los encantos necesarios (y quizás alguno más) para enamorar a un hombre. Los labios de Nicole Meyer son labios hechos para la felación y el beso, labios destinados a doblegar la masculinidad más erecta, labios que compiten en seducción con la lujuria que chapotea en el azul de sus ojos. En la mirada de Nicole Meyer vemos una provocación y una promesa. “Ven si te atreves”, parecen decir esos ojos ante cuyas miradas debe resultar extremadamente fácil derretirse. Y uno, pese al pelín de temor que a los de autoestima inestable puede producirnos la posibilidad de adentrarnos en la intimidad de una mujer tan bella como Nicole Meyer, nos acercamos a ella porque en esos ojos, los ojos de Nicole Meyer, intuimos también un algo de limpieza.
Nicole Meyer no nos va a tentar para dejarnos después con el rabo entre las piernas. Nicole Meyer no va a provocarnos para mandarnos después a paseo. No vemos en Nicole Meyer (o no queremos ver) la pose de la calientapollas. Si Nicole Meyer nos reclama con su mirada no es para enfriar de repente nuestra calentura con el jarro de agua fría de una risa despreciativa y un gesto de distanciación. Si Nicole Meyer nos reta con su mirar oceánico es para darnos lo que todo hombre enardecido de deseo espera encontrar en una mujer.
Miramos a Nicole Meyer desnuda a orillas del mar y deseamos ser arrastrados al fondo de las aguas para, allí, convertirnos en coral o ser devorados por la pasión lujuriosa de esa ninfa marina cuyos pechos parecen dos lindas conchas marinas, dos bellas frutas tropicales de jugosísimo sabor, dos cálidos imanes que sin duda atraerían nuestros mejores besos, nuestros más delicados mordiscos y nuestros suspiros más edípicos.
Imaginamos a Nicole Meyer follando y empezamos a comprender que Neymar Jr., de haber experimentado la maravilla de degustar los encantos de la sirena, sienta cómo las piernas le flaquean al encarar a un portero rival. ¿Cómo encontrar el hueco por el que disparar si uno tiene presente en la retina la desnudez escandalosamente hermosa de alguien como Nicole Meyer? ¿Cómo desembarazarse de la marca del defensa contrario cuando uno guarda todavía sobre la piel el recuerdo inolvidable de las caricias de alguien como Nicole Meyer?
Comprendemos tu bajón físico, Neymar Jr. Y comprendemos también a los que te acusan de provocador. Lo eres y mucho. Te vemos en Instagram, sonriendo orgulloso junto a Nicole Meyer, y notamos cómo nos provocas mucha, pero que mucha envidia. Queremos ocupar tu lugar, Neymar Jr. Y cuando decimos eso no queremos decir que queremos correr la banda del Camp Nou persiguiendo un balón, esquivando una tarascada y buscando el gol que te reconcilie con la grada, no. Cuando decimos que queremos ocupar tu lugar queremos decir que queremos estar al lado de Nicole Meyer, sentir el calor de su cuerpo, aventurarnos por su universo de sirena, quedar presos en sus redes, saborearla…