La sirenita de Copenhage
Si alguna mujer ha nacido para ser fotografiada en bañador ésa es Nina Agdal. Desde que en 2012 posara para la revista Sports Illustrated a orillas del mar, esta bella sirenita de Copenhage (fue en la capital danesa donde Nina Agdal nació hace 24 años) parece haber permanecido allí, junto a la arena blanquísima, convertida en objeto de adoración de un oleaje que, cuando se retira, está deseando volver a la orilla para, de nuevo, volver a lamer la piel de esta mujer que conserva todavía, prendido a sus expresión, un aire de adolescencia detenida, de vida a punto de estallar, de vida a borbotones.
Así te beberíamos, Nina Agdal, y nos embriagaríamos contigo como sólo puede embriagarse uno con un licor exclusivo, una de esas exquisiteces que se esconden en la umbría de las bodegas soñando con el día en que nuestras manos, emocionadas y fanáticas, las descorchen.
El carácter exclusivo de la belleza de Nina Agdal fue rápidamente contemplado por la prestigiosa agencia de modelos Elite Model Management. Para esta agencia, descubridora de modelos de la talla de Cindy Crawford, Gisele Bündchen, Alessandra Ambrosio, trabajan o han trabajado en algún momento de su carrera modelos de la categoría de Irina Shayk, Naomi Campbell, Vanessa Hessler, Zoe Kravitz, Daisy Lowe, Linda Evangelista, Adriana Lima, Monica Bellucci, Alessandra Ambrosio, Xenia Deli o Tyra Banks. Sin duda, pertenecer a dicho club no está al alcance de cualquier mujer. Nina Agdal sí lo ha conseguido y eso le ha permitido trabajar para marcas como Naf Naf, Calzedonia, Macy’s o Victoria’s Secret.
Los ángeles de DiCaprio
Sus 1,76 metros y ese rostro cuya expresión oscila entre el descaro y la timidez (como si ángel y demonio se pelearan dentro de ella por salirse con la suya), hacen de Nina Agdal una mujer ideal para perderse por los arenales de una playa de Malibú (California, EEUU). Y eso, precisamente, fue lo que hizo el actor norteamericano Leonardo DiCaprio el pasado verano: disfrutar en compañía de la guapa modelo danesa de la playa que, frente a su mansión, recibe la caricia del Pacífico.
Leonardo DiCaprio es de esas personas a las que, como a Cristiano Ronaldo, debemos dar las gracias por el material que siempre aporta a nuestra sección. El bueno de Leo padece un tipo de adicción a la que quizás los inventores de neologismos deberían dar algún nombre: la de convertirse en pareja de bellas modelos. ¡Qué le vamos a hacer! Cada cual tiene sus vicios y sus costumbres. Hay quien colecciona sellos, hay quien colecciona chapas de cava, hay quien atesora primeras ediciones de novelas románticas y hay quien, como Leo DiCaprio, colecciona novias modelos. ¿Nombres? Kristen Zang, Gisele Bündchen, Bar Refaeli, Blake Livley, Kelly Rohrbach, Toni Garrn… (unos puntos suspensivos son, a veces, el mejor remedio contra ese pecado capital que nada bueno puede acarrearnos y que es el de la envidia).
DiCaprio ha encontrado en Nina Agdal una nueva pieza para su museo particular de conquistas. Nina Agdal es, además, una de las reinas de Instagram. En la popular red social pueden encontrarse un sinfín de fotografías hipersensuales de Nina Agdal. La danesa aprovecha al máximo sus encantos para mostrar una imagen cargada de sensualidad e intensamente ardiente. Que en muchas ocasiones presente esa imagen como si de un juego se tratase no resta un gramo de provocación a esas imágenes en las que ella juguetea con su bikini o introduce su mano bajo sus jeans haciéndonos pensar en un deseo que se le está desbordando a la bella danesa obligándola a recurrir a una ensoñadora masturbación.
Poesía hecha carne
Sabemos de Nina Agdal (ella misma lo ha contado) que apenas lee otra cosa que no sean revistas de moda, y eso, que es criticado por mucha gente que, conociendo tal desinterés por la lectura y la cultura de la novia de DiCaprio, la acusa de inculta y poco interesante, a nosotros no nos importa demasiado. Mejor dicho: nos importa un bledo. Después de todo, con Nina Agdal ni queremos hablar de la magdalena de Proust ni de la verborrea aparentemente desastrada y alcohólica de Faulkner. ¿Tiene algún sentido hablar de literatura con las sirenas si las sirenas son, ellas mismas, literatura pura? Recorrer lentamente el cuerpo de Nina Agdal, hundirse entre sus poderosos muslos (uno intuye ahí todas las horas de gimnasia que esta bella mujer dice que ha hecho en su vida), beber del néctar de sus entrañas, sentir cómo éstas arden esperando nuestra visita y embriagarnos con sus caricias y sus besos es, también, una forma de aprender, un modo de empaparse de poesía, una lectura imborrable que nos enseñará, por ejemplo, lo que es el placer y lo que es la belleza.
Nina Agdal desnuda es un canto a la naturaleza que se basta y se sobra así misma sin que nadie dé nombre a todos los seres vivos que la pueblan y nadie los conozca. Nina Agdal desnuda debe tener algo de paradisíaco, de edén en el que ni siquiera tiene cabida el árbol del conocimiento. ¿Para qué inflarse a conocimientos si el cuerpo desnudo de Nina Agdal atesora, probablemente, el alfa y el omega de todos los saberes que a ese animal que se llama hombre pueden servirle para aferrarse a la vida con un entusiasmo que raye en el delirio?
Nos cuesta poco imaginarnos náufragos en una isla salpicada de esas playas en las que contemplamos el cuerpo de sirena de Nina Agdal. Nos cuesta poco imaginarnos únicamente acompañados en esa isla por esa mujer cuyo cabello y cuyos ojos compiten respectivamente con el dorado del sol y el verde del mar. ¿Quién quiere ser rescatado en una situación así? Nosotros, al menos, no. Que los barcos pasen de largo. Que nadie desde la cabina de los aviones se fije en esa pequeña estela de humo que se eleva en el cielo y que señala el punto exacto en el que Nina Agdal, desnuda, acoge el fervor erecto de nuestro deseo. Que nos dejen ahí, en la isla desierta, adorando el cuerpo sensual y ardiente de nuestra sirena. Y, por supuesto, que alejen de las costas de nuestra isla a Leo DiCaprio. DiCaprio es DiCaprio, y, sinceramente, no tenemos demasiadas ganas de competir con él.