Sensualidad hecha óleo
Una celebración de la figura femenina. Un retrato de la imponente presencia visual de la mujer en nuestro mundo. Con esas palabras define el pintor canadiense Paul Kelley su pintura. Y esas palabras nos sirven de pórtico de entrada a un universo lleno de bellas y sugerentes pinturas en las que lo figurativo y lo realista se toman de la mano para crear una obra llena de una elegante sensualidad.
Sobre la pintura de Paul Kelley aletea la tentación no resuelta del hiperrealismo, esa corriente pictórica que persigue convertir la imagen pictórica en un calco prácticamente perfecto de la realidad. Una pintura hiperrealista de un paisaje no debería distinguirse de una fotografía de ese mismo paisaje. Para hacerse una idea de qué es exactamente el hiperrealismo basta con contemplar un cuadro cualquiera del pintor español Antonio López. La técnica se vuelve tan perfecta en manos del pintor de Tomelloso que contemplamos algunos de sus cuadros como si estuviéramos asomados a un ventanal desde el que se divisaran ciertas calles de Madrid.
En las pinturas sensuales de Paul Kelley no encontramos esa perfección técnica a la hora de calcar la realidad que encontramos en López o en otros pintores hiperrealistas como pueden ser Degraaf, Hopper, Eddy, Parrish, Mills, Naranjo, Eley o esa genial pintora del agua y de las formas que ésta puede adoptar sobre un cristal que es Alyssa Monks, pero sí podemos encontrar una elegante inclinación a acercarse al poder representativo de la fotografía.
Y es que la fotografía ocupa un lugar capital en la obra pictórica de Paul Kelley y en su modo de trabajar. Pese a pintar preferentemente mujeres, las mujeres que aparecen en los cuadros de Paul Kelley no posan ante el Kelley pintor. Éste, antes que de la presencia física de la modelo, se sirve de la fotografía para planificar su obra. Es a partir de una serie de fotografías como Kelley comienza a imaginar y planificar su cuadro.
Una vez realizado el primer esbozo del mismo, Paul Kelley dedica cientos de horas a trabajar cuidadosamente tanto la luz (con la que se muestra muy conciso) como la forma, la composición o el color. Éste destaca especialmente en los cuadros de Kelley por una viveza que, en ocasiones, parece acercar el óleo a lo que podría ser la ilustración o a lo que fue en su tiempo el estilo pin up, aquel en el que brilló, con luz propia, la gran Bettie Page, a quien ya dedicamos en su momento un post en este blog. Ese color y el resto de elementos citados sirven para plasmar la imagen de un tipo de mujer que se muestra al mismo tiempo potente y serena, misteriosa y atractiva. La sensualidad de estas mujeres se hace especialmente evidente en sus piernas y en el uso lánguido pero al mismo tiempo decidido que dichas mujeres hacen de sus sombrillas.
Las mujeres pintadas o dibujadas por Paul Kelley son mujeres que se muestran como ejemplo y símbolo de lo que es la sensualidad en estado puro. El hecho de que unas pocas de esas mujeres muestren su pecho o aparezcan más o menos desnudas no acerca ni un ápice la pintura de Paul Kelley a lo que podría ser considerada una pintura de carácter erótico. No se intuye la pretensión de lo erótico ni en la composición de los cuadros ni en la actitud o la pose adoptada por las protagonistas de los cuadros de Paul Kelley. La mujer que aparece pintada en los cuadros de Paul Kelley es una mujer fina y seductora y siempre aparece vestida con una elegancia sumamente sensual.
Paul Kelley ha rechazado de manera explícita la pretensión de lo erótico como germen original de su obra. Su arte, ha dicho, no va encaminado a plasmar el erotismo de la mujer. Su arte, ha sostenido Kelley, intenta representar más bien un estado psicológico que uno físico.
Nacido en Nueva Escocia en 1955, Paul Kelley nació en el seno de una familia que no tenía nada que ver con el arte. Fue entre 1973 y 1975 (es decir, durante un par de años antes de cumplir los veinte) cuando Kelley cursó sus estudios en la Universidad Mount Alison de Sackville.