Catálogo de miradas
Hay miradas que invitan a la amistad y miradas que empujan a la nostalgia, miradas que nos hacen soñar con promesas de amor eterno y miradas que hablan de una inocencia que parece resultar incólume al virus con el que el desengaño y la frustración nos suele acabar por agriar el rictus. Hay miradas que traslucen ilusión y esperanza y ganas de empezar el nuevo día y miradas legañosas que buscan desesperadamente un rincón en que ocultarse. Hay miradas que marcan distancias y miradas huidizas, miradas que quieren llegar hasta lo más hondo de nuestro ser y miradas que nos convierten en pura transparencia. Hay miradas cálidas y miradas que nos dejan temblando de inquietud y de frío, miradas altivas y miradas de son como una caricia que dejara sobre nuestro rostro la mejor máscara que conserváramos de nosotros mismos, miradas parapetadas tras muros de temor y miradas en cueros. Hay miradas para todo tipo de gafas y miradas que han escogido el camino de la ceguera para seguir viviendo.
Miradas. Las hemos visto de todo tipo y en cualquier lugar: cruzándose con nosotros en transbordos metropolitanos, clavándose en la nuestra desde el otro lado de un mostrador, apresadas en la red de una fotografía, buscándonos entre una multitud esbozando una excusa por la tardanza, extraviándose por los arrabales del éxtasis en el momento del orgasmo, seduciéndonos desde una pantalla de cine o de televisión, anunciándonos un hasta siempre que aún no ha sido pronunciado… De tantos tipos las hemos visto que hemos acabado por convertirnos en expertos en miradas. Por eso sabemos que hay miradas que encierran una búsqueda continua, miradas que son fruto de una sed que no acaba de saciarse y que son en el fondo una especie de súplica.
Así es tu mirada, Paz Vega. O así queremos imaginarla desde que te vimos por primera vez en la pantalla de televisión en series como Más que amigos, Compañeros o, sobre todo, 7 vidas. En aquel momento nos rendimos a tus encantos y te colocamos en el altar de nuestras mujeres deseadas. En ese altar no dejan de entrar mujeres, pero tampoco dejan de caer. Tú, sin embargo, sigues ahí, Paz Vega. Y eso que ya hace bastante que dejaste de ser aquella jovencita guapa y llena de naturalidad que llegó desde su Sevilla natal para deslumbrarnos con su desparpajo andaluz, su melena morena, su mirada embrujadora y su barbilla partida.
Lucía y el sexo
Te nos has sofisticado, Paz Vega. Eso de cruzar el charco y de rondar los platós de Hollywood te ha restado un poco de aquella frescura que nos hizo amarte hasta casi el delirio en una película como Lucía y el sexo. La imagen de Paz Vega desnuda será siempre, para nosotros, la de aquella Lucía que, con pechos y pubis al aire, caminaba por la arena casi blanca de las costas baleares. También, en la misma película, la de aquel striptease que te marcabas, al más puro estilo Kim Basinger, ante los ojos entre divertidos y pícaros de un Tristán Ulloa.
Desde que vimos Lucía y el sexo, la imagen de Paz Vega follando será siempre para nosotros la de Lucía meciéndose sobre Lorenzo, saboreando todos los matices del placer, o la de tu gesto de placer, Paz Vega, mientras, arrodillada sobre el rostro de tu amante, acercabas y alejabas de su lengua juguetona la húmeda maravilla de tu coño.
Aquel día nos enamoramos de ti, Paz Vega, y aquel día descubrimos en el fondo de tu mirada un algo que hasta el momento siempre nos ha servido para excitarnos y para contemplarte como una mujer digna de los mejores polvos, ésos que siempre hemos creído que justifican una vida. Ese algo que encontramos en tu mirada, Paz Vega, es una especie muy particular de desamparo. Es el desamparo de la mujer adicta al placer, de la mujer que siempre pide más, de la mujer que, más allá de los éxitos profesionales, más allá de la fama y el dinero, más allá de la vida social, necesita follar cada día para encontrar sentido a cada una de las jornadas de su vida.
Así te imaginamos, Paz Vega: insaciable, ardiente, lujuriosa, ninfómana. Te imaginamos siempre dispuesta a quitarte la ropa y abrirte de piernas. Te imaginamos deseando llegar a casa tras una cena, una entrega de premios o una première para arrancar la ropa a tu amado esposo venezolano para sentirlo dentro de ti. Te imaginamos suplicando más, más, más, con la boca entreabierta y los ojos vidriosos de deseo. Te imaginamos, Paz Vega, haciendo de cada una de tus duchas una encendida defensa de la masturbación femenina.
De todas esas formas te imaginamos, Paz Vega, y no podemos evitar el preguntarnos hasta qué punto no daríamos lo mejor de nosotros mismos para satisfacer esas ansias tuyas que tan ansiosa te dejan la mirada. Pero eres inalcanzable, Paz Vega. Eres la Cenicienta de Triana y de los Remedios que un día se convirtió en Princesa dejándonos con un palmo de narices, sentados en un banco del barrio, recordando lo guapa que estabas cuando te veíamos pasar, segura de tu propia belleza, con tu andar alazán, los ojos chispeantes y los pezones de punta, camino del instituto. En aquellos días aún soñábamos que íbamos a poder acceder a ti, que ibas a estar a nuestro alcance, que íbamos a poder gozar la estilizada ambrosía de tu desnudez.
Y ese sueño, Paz Vega, se nos hizo añicos la primera vez que te vimos sobre la alfombra roja, deslumbrante y lejana como las estrellas. Desde entonces te amamos en la distancia, rabiosos por no tener la oportunidad de intentar apagar el fuego que, estamos convencidos, te consume. No pudiendo hacerlo, nos quedamos aquí, contemplando tus fotografías mientras comprobamos el estado de salud de nuestra manguera.