Pornostar amateurs
Dinero “fácil”, coches lujosos, fiestas en pisos dignos de salir en una revista de decoración… Estos son algunos de los cebos que utiliza la empresa Hussie Models de Miami (USA) para captar a jovencitas que, apenas cumplidos los 18 años, se convierten en fugaces estrellas del porno amateur. La mayor parte de estas jóvenes intentan escapar a una realidad mayoritariamente rural y con pocas perspectivas de futuro. La mayor parte, también, presentan un perfil físico muy buscado por la industria del porno amateur: tienen un rostro angelical, el culo apretado y unos pechos que, por el tamaño y la firmeza de los mismos, dan bien en pantalla. Ese currículum y las ganas de ganar dinero serán las dos herramientas con las que, en un plazo de unos seis meses, ingresarán unos 30.000 dólares. Detrás quedarán algunas decenas de películas de porno amateur y un buen puñado de escenas destinadas a las páginas webs dedicadas al porno. En estas películas, las chicas contratadas por Hussie Models interpretan unos papeles que se ajustan siempre a los mismos esquemas: vírgenes a punto de dejar de serlo y estudiantes con no demasiadas luces que acaban entregándose a escenas de sexo en la que no existen barreras.
En estas escenas de porno amateur una de las barreras que se derriba es la del preservativo. Follar sin condón es gratificado con 100 dólares extra. Para muchas de las chicas esos 100 dólares quedan en 60. 40 dólares es el coste que tiene la pastilla del día después. Eso cuesta el eludir el riesgo de un embarazo no deseado. El del contagio de algún tipo de enfermedad sexual, por su lado, está siempre ahí.
Interpretados en varias ocasiones dichos papeles, a la actriz del porno amateur le toca aceptar nuevos retos interpretativos si desea seguir teniendo oportunidades laborales. Esos retos interpretativos se fundamentan en el rodaje de prácticas de bondage, BDSM, asfixia erótica o felación con gokkun. Una vez interpretados estos papeles, la actriz de turno ya está “quemada” para una industria, la del porno amateur, que no cesará de proveerse de nuevos rostros de nuevas chicas que, atraídas por los cebos indicados al inicio de este artículo, seguirán nutriendo con sus rostros, pechos y culos las necesidades de dicha industria.
Este engranaje perverso que trata a chicas apenas llegadas a la mayoría de edad como a “trozos de carne” es el que ha dejado al descubierto el documental Hot Girls Wanted (“Se buscan chicas calientes”). Producido por Rashida Jones y dirigido por Ronna Gradas y Jill Bauer, Hot Girls Wanted causó sensación en el pasado festival de Sundance y fue nominado a los Emmy.
Gracias a este documental se ha podido comprobar cómo la industria del porno amateur se aprovecha de un fenómeno cultural que, en mayor o menor grado, se da a nivel mundial: el de la imitación, por parte de muchas chicas de la generación XXX (esas chicas que han crecido conectada continuamente a internet y, por tanto, a sus contenidos), de modelos de conducta de algunos personajes públicos que exhiben una imagen hipersexualizada. Establecer una relación entre esa imagen hipersexualizada y el éxito y la fama es algo inevitable para muchas chicas cuando observan a personajes como Miley Cyrus, que, a fuerza de potenciar la vertiente más sexual de su imagen, consigue destruir la imagen que ella misma forjó al interpretar el personaje naïf y made in Disney de Hanna Montana.
Hot Girls Wanted sirve, sin duda, para mostrar cómo los sueños de fama y dinero “fácil” de muchas adolescentes sirven para nutrir las ansias devoradoras de una industria, la del porno amateur, que mueve ingentes cantidades de dinero. No en vano, el 30% de datos que se transfieren on line a nivel internacional son de la industria del sexo para adultos. Y eso, lógicamente, no puede obviarse.