¿Quién no ha oído hablar de las colas de españoles que viajaban al sur de Francia a inicios de los setenta para poder ver en los cines franceses películas eróticas? ¿Quién no ha leído algo sobre aquellos españolitos que acudían a Perpignan a ver el culo de Marlon Brando en El último tango en París? Allí, en los cines del sur de Francia, los españoles que querían escapar al yugo nacionalcatólico de un régimen que, pese a estar dando sus últimos coletazos (al menos los oficiales), apenas relajaba su función censora sobre todo lo que oliese a sexo, esos españoles que habían vivido bajo la represión de las sotanas y su moralina pacata y castradora, esos que habían sido educados para temer los castigos que Dios podía imponer a quien, por ejemplo, se entregara a los placeres de la masturbación, esos mismos que, quizás sin saberlo, estaban ansiando ya el fin de aquella larga noche de la que hablara el cantautor Raimon en una de sus canciones, esos mismos españoles, decimos, buscaban al otro lado de los Pirineos la bocanada de libertad que les faltaba en España.
Y es que, a inicios de los setenta, el régimen franquista era ya un odre al que, al menos en aspectos que tuvieran que ver con la forma de vivir su vida las personas, se le iban rompiendo las costuras. La moral se había relajado (los integristas religiosos, abrazados a su casposa idea de la pureza, culpaban de ello en buena medida al Concilio Vaticano II) y una inmensa mayoría de personas, hartas de tanta noche y hartas de tanta caspa, querían poder acceder libremente a contenidos de eróticos.
Es teniendo en cuenta este caldo de cultivo del que estamos hablando como hay que entender el éxito que tuvo, en la sociedad española de la época, la aparición de una serie de revistas y cómics eróticos que invadieron los quioscos de toda España y que sirvieron para que los españoles pudieran contemplar, a pie de calle, todo lo que durante muchos años les había estado prohibido contemplar.
Es a esas revistas y a esos cómics eróticos a los que el periodista y fotógrafo catalán Guillem Medina ha dedicado su obra El destape en el quiosco. Revistas y cómics que revolucionaron nuestra libido. Editado por Diábolo Ediciones, El destape en el quiosco intenta hacer un recorrido por la historia de todas esas publicaciones y demuestra hasta qué punto el fenómeno de lo que se ha llamado “el destape” fue un fenómeno tremendamente rentable para las editoras de todas esas publicaciones y también para los quiosqueros que las vendían.
Guillem Medina explica en su obra cómo el término “destape” fue creado por el también periodista Àngel Casas. Como fenómeno social, el destape fue un fenómeno “básicamente machista y heterosexual”. Es decir: las publicaciones de la llamada época del destape exponían, casi única y exclusivamente, mujeres desnudas. El hombre pintaba poco en aquellas publicaciones eróticas, al menos hasta que llegaba la hora de comprarlas. Muchos de esos hombres, pese a ejercer el acto soberano y libre de comprar esas publicaciones, las llevaban camufladas entre las páginas del diario. Y es que casi cuarenta años de represión y censura no pasan en balde.
El destape en el quiosco sirve para demostrar el importante papel que en su día jugaron publicaciones como El Papus, que se publicó entre 1973 y 1987 y que sirvió a quienes colaboraban en ella para desempeñar una importante tarea de crítica social. En El Papus, no solo las viejas costumbres de una España que parecía eterna e inamovible salían escaldadas. También recibían su correctivo instituciones como la Iglesia y, muy en particular, los políticos de la época, aquéllos que, a veces con ganas, a veces porque no les quedaba otro remedio, iban dando poco a poco forma a una democracia que, poco a poco y un tanto a trompicones, se iba creando.
Pero El destape en el quiosco no sirve solo para dar fe de la aparición de fenómenos editoriales como El Papus o El jueves, que aún se sigue editando y que aún hoy sigue despertando polémica. Una de las últimas, de gran repercusión, tuvo que ver con el secuestro y retirada de los quioscos de un número en cuya portada aparecía una caricatura del entonces Príncipe Felipe junto a su esposa manteniendo relaciones sexuales. El destape en el quiosco sirve también para dar testimonio de cómo la llamada prensa rosa o prensa del corazón se contagió, en cierto modo, de ese gusto del espectador por “la carne”.
Así, publicaciones como Garbo o Diez Minutos empezaron, a mediados de los años 70, a realizar una serie de reportajes hasta entonces inéditos. En esos reportajes, estas publicaciones mostraban a famosas en la “intimidad”. ¿Qué quiere decir exactamente esto? Que se mostraba a esas famosas ligeras de ropa, con ropa interior o, en algunos casos, si tenían piscina en sus casas, al borde de ellas y con un bikini como única vestimenta. Esta atracción casi febril por el destape propia de la época, que podría explicarse como una reacción normal tras la liberación que supuso la muerte del Dictador y el avance progresivo hacia un nuevo régimen, hizo que incluso publicaciones más serias como, por ejemplo, Fotogramas, empezaran a mostrar en su portada actrices ligeras de ropa para, con ello, atraer a un público que parecía que se hubiese hecho adicto al desnudo. Esta tendencia llegó a su máximo esplendor cuando las mujeres que aparecían en la portada de la popular revista cinematográfica lo hacían completamente desnudas.
El listado de publicaciones dedicadas al destape podría ser interminable. Citaremos entre ellas revistas y cómics eróticos como Party, Lib, Bocaccio, Barrabás, Hembras, Lucifera o Siesta. Junto a todas estas hay una revista que adquirió un prestigio y una fama especial y que la convirtió en todo un fenómeno editorial durante muchos años. Esa revista, que empezó a publicarse en 1976 y que dejó de editarse en enero de 2018, fue Interviú. Nacida como una revista de contenido político o, tal y como la califica Guillem Medina, social-morboso, Interviú tenía un reclamo único: su foto de portada. En ella aparecía, siempre, una chica desnuda. Cuando esa chica, por el motivo que fuera, era especialmente famosa, la tirada de esta publicación del Grupo Zeta se multiplicaba de una forma especial. Eso fue lo que sucedió exactamente cuando Interviú llegó a los quioscos luciendo como chica de portada a celebridades del cine, la televisión o la música como Marisol o, años más tarde, Marta Sánchez.
El destape en el quiosco deja constancia también de cómo la progresiva apertura que sobrevino tras la muerte de Franco permitió que a España llegaran publicaciones extranjeras como Penthouse o la mítica Playboy, de la que ya hemos hablado en este blog en alguna que otra ocasión. Guillem Medina destaca en su obra cómo el problema mayor que tuvieron estas publicaciones para arraigar en España no fue tanto el tipo de destape que mostraban en sus páginas como el estilo de vida que transmitían. Las marcas de ropa, los coches lujosos y los magníficos viajes que aparecían en las páginas de estas dos publicaciones eróticas extranjeras chocaban frontalmente con el estilo de vida del español medio, que no podía acceder a esos productos más que con la imaginación.
El boom que vivieron las revistas de destape duró apenas unos pocos años. Guillem Medina resalta cómo entre los años 1976 y 1977 podían contarse por centenares. Apenas cuatro o cinco años después, en 1981, un año antes de que el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra llegara por vez primera al poder, solo sobrevivían en los quioscos españoles una docena de ellas. ¿Por qué? Porque el público, de alguna manera, se había cansado de consumir porno en papel. Quería más. Y lo que en cuestión de sexo y pornografía el público demandaba iba a ser proporcionado por otro tipo de industria que, al igual que le había pasado a las editoras de revistas de destape, iba a experimentar un crecimiento notable e iba a vivir su época dorada. Esa nueva industria iba a ser la industria del cine porno, que iba a vivir su época de esplendor hasta que internet y el porno en streaming acabara, en gran medida, con ella.