Sexo en la Iglesia
Se ha dicho hasta la saciedad que la Iglesia Católica ha mantenido históricamente una actitud contraria a todo tipo de erotismo. Así, de la Iglesia se ha hecho un retrato represor y pacato. A la Iglesia se la ha acusado y se la acusa de censora y castradora. Se dice que pocas organizaciones han mostrado tan a las claras su rechazo de lo sexual como lo ha hecho la Iglesia. Y, sin embargo, hay que decir que ni siempre fue así ni en todo momento se mostró la Iglesia tan represora de lo erótico como podemos pensar. Basta, por ejemplo, con mirar los capiteles, sillerías y gárgolas de muchos monasterios, catedrales e iglesias para comprobar que en ocasiones la Iglesia hacía la vista gorda y dejaba que en ellas se plasmaran escenas de alto contenido erótico que parecían sacadas del mismísimo Kama Sutra.
Los historiadores acostumbran a decir que la Iglesia se volvió más timorata y censora respecto a lo sexual tras la Contrarreforma. El sexo, que había sido considerado por muchos eclesiásticos anteriores a la Contrarreforma como una manifestación de Dios, pasó a ser visto como algo pecaminoso. Para el catolicismo que se había reformado para dar respuesta al reto planteado por la Reforma luterana y calvinista, pocas acciones tenían el poder de enviarnos directamente a las llamas del infierno cómo lo tenía el sexo.
Antes de ese momento histórico, pues, la Iglesia había sido más tolerante con todo lo sexual, y lo había sido hasta el punto de permitir una especie de rito cargado de erotismo y sexualidad: el risus paschalis.
La expresión risus paschalis podría traducirse por algo así como “risa de Pascua”, y era precisamente durante ese período del tiempo litúrgico del catolicismo cuando se celebraba este rito del que hablamos. Así, si la Cuaresma, ese período de cuarenta y seis días que van desde el miércoles de ceniza hasta la víspera del Domingo de Resurrección o Domingo de Pascua, era el tiempo del ayuno y la austeridad, de la penitencia y el sacrificio, la Pascua era el tiempo de la alegría y la risa. Después de todo, Cristo, el hijo de Dios, había vencido a la muerte y eso había que celebrarlo. ¿Cómo? Con el estallido colectivo y regocijante de la risa. Y era el sacerdote, al oficiar la misa, el encargado de intentar provocar ese estallido de felicidad.
Para provocar la risa que da nombre al risus paschalis, el sacerdote contaba historias subidas de tono, realizaba gestos obscenos imitando los movimientos típicos del coito y de otras prácticas sexuales e, incluso, mostraba sus genitales y, según se cuenta, se masturbaba ante los feligreses. Esta costumbre está documentada desde el siglo IX. Se sabe que, durante aquel siglo, el risus paschalis se celebraba ya en Francia. También se ha documentado la realización del risus paschalis en determinados lugares de España, Italia y del Norte de Europa. Se dice que uno de los lugares en el que más arraigó el risus paschalis fue en Baviera y, por extensión, en muchas zonas de Alemania.
Se dice que el risus paschalis estaba inspirado en fiestas paganas que, en la Antigüedad, servían para celebrar la llegada de la primavera. Fiestas griegas como las faloforias, las eleusinas y los gefirismos se han considerado antecedentes más o menos directos del risus paschalis.
El Banquete de las castañas
El risus paschalis en ocasiones llegó a desmadrarse hasta el punto de que en el interior de algunas iglesias llegaron a producirse auténticas bacanales, escenas orgiásticas en las que los fieles, al abrigo de las piedras de las iglesias, se desfogaban refocilándose entre ellos y entregándose sin recato ni medida a los placeres carnales del mismo modo que, según se dice, el papa Alejandro VI (el famoso Papa Borgia que nació en Xàtiva, Valencia, y que reinó en la Iglesia entre 1492 y 1503) gozó de esos placeres durante lo que se ha conocido como Banquete de las castañas.
El Banquete de las castañas o Ballet de las castañas es el nombre que se ha dado a una orgía que se celebró el 30 de octubre de 1501 en el Palacio Apostólico Vaticano. Esta bacanal, quizás la más famosa de la historia, fue organizada por el famoso César Borgia, hijo del Papa citado, y en ella participó el mismo Papa. Johann Burchard, secretario del Papa y Maestro de Ceremonias de la Curia, contó cómo se desarrolló ésta en Liber Notarum, un dietario que Burchard fue escribiendo durante su trabajo en la Curia y que ha servido para conocer el funcionamiento de la corte vaticana durante los papados de Inocencio VIII, Alejandro VI, Pío III y Julio II.
Según las notas escritas por Johann Burchard, César Borgia invitó a altas personalidades al Palacio del Vaticano para participar en un banquete. En dicho banquete se sirvieron, por supuesto, las mejores comidas y bebidas. Concluida la cena y recogidas las mesas, los invitados bailaron con cortesanas reclutadas para la ocasión y se colocaron en el suelo candelabros encendidos y se esparcieron castañas entre ellos. Las cortesanas, desnudas, tenían que coger con la boca las castañas diseminadas por el suelo. Finalizado el juego, miembros del clero (con el Papa Alejandro a la cabeza) e invitados se desnudaron para, así, mantener relaciones sexuales con las cortesanas. El Papa Alejandro, finalizada la bacanal, premiaría con joyas y ropas lujosas a los tres hombres que hubieran eyaculado un mayor número de veces durante la misma. Que siglos después el cardenal Peter de Roo restara credibilidad a las palabras de Burchard no ha impedido que el Banquete de las castañas haya pasado a la Historia como lo ha hecho y que se haya utilizado no sólo para demostrar lo que se ha dado en llamar la tradicional hipocresía moral de la Iglesia, sino también para exponer cómo, al igual que sucedía con el risus paschalis, no siempre el erotismo y el sexo han estado absolutamente alejados de la concepción religiosa católica.
Fin del risus paschalis
Esa doble moral de la Iglesia Católica y el comportamiento “impío” de sus gobernantes fue, precisamente, uno de los motivos que llevó a Martín Lutero a rebelarse contra Roma. Para Lutero, había muchas cosas a las que poner freno en el seno de la Iglesia católica. Y una de ellas era el risus paschalis. A los reformistas no les gustaba un ritual tan cargado de erotismo y sexo como era el risus paschalis. Roma, por su parte y compitiendo con los reformistas papales, no tardó tampoco en subirse al caballo censor. El risus paschalis había llegado demasiado lejos y, tras el Concilio de Trento, es decir, tras el Concilio en el que se aprobaron las medidas en que debía basarse la Contrarreforma o Reforma Católica, el papa Clemente VII decretó la prohibición del risus paschalis. Tras esa prohibición llegó la de Maximiliano III, el príncipe elector del Sacro Imperio Romano Germánico. Pese a esas prohibiciones, el risus paschalis perduró en determinadas áreas de Alemania, suavizado, hasta el siglo XIX. Incluso en 1911 se llegó a celebrar algún risus paschalis.