Belleza mestiza
Paz. Calma. Eso significa tu nombre en árabe, Salma Hayek. Sabemos eso y nos preguntamos por qué tú, pura mexicana como eres, tienes un nombre árabe. Indagamos por la web y encontramos el motivo: tu padre tiene sangre libanesa (tu abuelo era libanés). Interiorizamos ese dato y, al hacerlo, comprendemos gran parte de tu belleza. En ella hay eso que se llama mestizaje, ese cruce biológico que, en muchas ocasiones, es el responsable del surgimiento de una composición única, bella e irrepetible.
Y eso eres tú, Salma Hayek: una composición única y bella, un dulce preparado cuidadosamente, un regalo exquisito para la vista. No importa que la mayor parte de las fotografías que podemos encontrar de ti si buceamos en el océano virtual de la red sean fotografías que te muestren de cintura para arriba. Si es así es porque intuimos en ti una corta estatura y unos muslos que seguramente, en comparación con la misma, sean un poquito más gruesos de lo normal. Pero eso no nos importa. Tus fotografías de medio cuerpo reúnen suficientes encantos, Salma Hayek, como para atrapar nuestra mirada y dejarla prendida a ella.
Nos seduce tu bella melena negra, tu cuello poderoso (¿cuántos besos no podríamos dejar en ese cuello?), tus ojos marrones, esos labios que siempre sueles mostrar entreabiertos cuando posas como si estuvieran deseando que los nuestros fueran a posarse en ellos, como si siempre estuvieran suplicándonos un beso, como si estuvieran esbozando una promesa de placer y lujuria.
Las tetas de Salma
Nos seduce la sensualidad de tus labios entreabiertos, tu melena oscura y tus tristes y misteriosos ojos de color de almendra. Nos seduce todo eso y, lógicamente, la rotundidad casi ofensiva de tus pechos. Cuánto tenemos que luchar, Salma Hayek, para que nuestra mirada no se extravíe por la extensión magnífica de esos dos pechos seductores y nutricios, hermosos y prometedoramente acogedores. Tus senos, Salma Hayek, se acostumbran a mostrar rabiosamente seductores enmarcados por los atrevidos escotes de tus elegantes vestidos; nos empujan a un sueño en el que las imágenes estelares del mismo son las de Salma Hayek desnuda, las de Salma Hayek follando, las de tu cuerpo, Salma, entregado a los caprichos más concupiscentes y turbios de nuestra lujuria.
Tenerte encima y que nos cabalgues como cabalgabas en Bandidas se convierte en un sueño que tiene como banda sonora una música a medio camino entre el mariachi y las típicas canciones de los films del Far West. Te vemos cabalgar, Salma Hayek, y podemos imaginarte así, encima nuestro, con tus uñas clavándose en nuestro pecho mientras subes y bajas sobre el émbolo incendiado de nuestra masculinidad inclinando tu cabeza, derramando la cascada de tu cabello sobre nosotros, mostrándonos la arrebatadora imagen del bamboleo de unos pechos exuberantes que nuestras manos intentan abarcar y nuestros labios besar. Los acercamos a ellos, Salma, ansiosos por besarlos, por lamerlos, por morderlos, por dejar en el territorio inmenso de su femineidad la bandera inconfundible de nuestro deseo.
Rita Escobar en Wild Wild West, Carolina en Desperado, Elena, “La Madrina”, en Savages, siempre te recordaremos como una imposible y, sin embargo, laureada Frida Kahlo. Si en el rostro único y torturado de la mítica pintora mexicana aleteaba un inquietante rastro de sensualidad y muerte, en el tuyo es la vida lo que parece imponerse por encima de todo. Vida calmada, Salma Hayek. Vida reposada. Vida en paz de una mujer que parece tener los pies sobre la tierra y que parece en contacto constante con la tierra misma.
Te miramos, Salma, y queremos pasar una velada tranquila contigo. Queremos sentir la caricia de esa mirada tuya en la que creemos intuir el poso de algo que se parece a la búsqueda de un imposible o a la sabia ocultación de quien, habiendo descubierto los sentidos ocultos de la vida, se haya en paz con ella. Queremos observarte mientras comes, mientras bebes, mientras nos miras a los ojos, mientras nos sonríes, mientras avanzas lentamente hacia el dormitorio, llevándonos de la mano.
Después, con calma, con la misma calma que proclama tu nombre, con esa misma paz que, según parece, es la traducción de él, te iremos desnudando, Salma Hayek. No apartaremos nuestra mirada de tus bellos y misteriosos ojos hasta que no podamos sino extasiarnos ante la visión magnífica y embriagante de tus pechos. Hundiremos entonces nuestra cabeza en ellos, aspiraremos su aroma cálido de mujer madura, y nos adormeceremos sintiéndonos repentinamente niños. Tú, entonces, maternal y compañera, acariciarás nuestra cabeza perdonándonos los sueños lúbricos y abriendo, con el avance lento de tus sabias manos hacia nuestros genitales, la posibilidad de su realización. Esa caricia lenta y seductora nos sumergirá en un sueño profundo. Cuando despertemos de él sólo nos quedará tu ausencia, Salma Hayek, un hueco que rellenaremos con la compañía de una bella escort de grandes pechos que, cariñosa y acogedora, lúbrica y maternal, nos llevará hasta ese punto de placer en el que creeremos vislumbrar la dulzura bella y misteriosa de tu mirada.