Una princesa persa
Los lectores de la edición internacional de la revista Glam´mag así lo han decidido en la edición de este mes: la actriz estadounidense Sarah Shahi, conocida especialmente por sus papeles en las series Life y The L Word, es la actriz más sexy del mundo y lo es, además, por segundo año consecutivo. Minutos después del anuncio, Sarah Shahi se convirtió en “trending topic” en Twittet.
Sarah Shahi, esta tejana de padre iraní y madre española, es nada más y nada menos que tatara-tatara nieta de un monarca persa del siglo XIX, Fat’h-Ali Shah Qajar, segundo sah de Irán de la dinastía kayar y sobrino del primer sah de la dinastía. Sarah Shahi, así, tiene en sus venas sangre persa, y seguramente es por ese motivo por lo que su belleza nos hace pensar en los cuentos de Las Mil y Una Noches y en una noche de pasión sin fin en una jaima en medio del desierto o a la sombra acogedora, aromática y fresca del palmeral de un oasis.
Sarah Shahi podría ser para nosotros, perfectamente, la mítica y seductora Sherezade, la magnífica narradora que noche tras noche encandila al sultán Shahriar con sus cuentos orientales postergando de ese modo el momento fatídico en el que el sultán haría con ella lo que había hecho con tres mil mujeres después de convertirlas en sus esposas: decapitarlas al día siguiente de haberlas desflorado para así vengar en todas las mujeres que tenían la desgracia de convertirse en su esposa la infidelidad de la que había sido su primera mujer.
Sarah Shahi, al contrario que Sherezade, no necesita de narración alguna para embelesarnos. Sarah Shahi no necesita recurrir a la treta del lenguaje ni al maléfico embrujo de los cuentos para hacernos suyos. Tampoco a nosotros se nos ocurriría desprendernos de Sarah Shahi tras vivir una noche de placer con ella como hacía el cornudo sultán con sus mujeres. A Sarah Shahi, Sherezade tejana que va dejando el rastro inolvidable de su belleza por series de televisión y por diversos productos made in Hollywood, le basta con clavar en nosotros su mirada luminosa y con esbozar una de esas sonrisas suyas que están a medio camino entre la timidez y el descaro para dejarnos rendidos a sus pies, sedientos de sus besos.
La seducción de unos labios
De los labios de Sarah Shahi, de esos labios mullidos y seductores, deben manar los besos como mana el agua de las fuentes mitológicas, ésas que sólo se encuentran tras atravesar, tras sufrir mil y un imprevistos, océanos de soledad. Beber de los labios de Sarah Shahi debe ser algo así como rejuvenecer. No en vano, en la belleza de Sarah Shahi hay un algo de adolescencia que se empeña en pervivir en su magnífico cuerpo de mujer madura. Cercana ya a la cuarentena (esta bella mujer de origen persa nació el 10 de enero de 1980), Sarah Shahi conserva un algo de tierna inocencia en la mirada, un poso de tristeza, una brizna de melancolía, un algo de desvalimiento que invita a acogerla entre nuestros brazos y a mimarla mientras soñamos qué hacer con ese deseo que poco a poco y de manera irremediable va creciendo en nosotros cuando sentimos el calor de un cuerpo, el cuerpo de Sarah Shahi, que sólo podemos imaginar como un paraíso. Recorrer ese paraíso, detenerse en sus rincones más íntimos, paladear su sabor, sentir su humedad y dejarse embriagar por ella es el sueño pendiente de quienes hemos visto a Sarah Shahi en la pequeña o en la gran pantalla.
Sarah Shahi nos ha enamorado como la DJ Carmen de la Pica Morales en The L Word, como stripper y estudiante universitaria en un capítulo de Los Soprano, como policía en Life… Amante del buen vino, se dice que últimamente se la ha visto en alguna celebración brindar con agua. Cosas, dicen, de un posible embarazo. Leemos esa noticia y no podemos evitar sentir un poco de rabia y un mucho de envidia no necesariamente sana al pensar que alguien ha tenido la suerte que nosotros nunca tendremos: alguien ha disfrutado del cuerpo desnudo de Sarah Shahi; alguien ha gozado de lo que nosotros sólo podemos y podremos disfrutar a través de la siempre disparatada e insaciable imaginación. Y es que las princesas de los cuentos orientales no acostumbran a hacerse mortales así como así. Habitan ahí, en el espacio de los sueños, en su edén inalcanzable, y es desde ahí desde nos conquistan y nos embrujan. Y es pensando en esas princesas de cuento como acabamos descubriendo bellas mujeres de carne y hueso que, acogedoras y tiernas, dulces y lujuriosas, hacen que nuestros sueños se hagan por fin realidad y que los labios de nuestras imaginadas Sherezades se acerquen a besarnos cuando, zarandeados por el placer del orgasmo, nos olvidamos de todo lo que no sea gozar.