Nos pasa cada vez que tenemos que hablar de una de esas bellezas que se pasean por las pasarelas de todo el mundo dejando tras de sí un inconfundible y turbador aroma a adolescencia que no siempre parece abandonada. Al hablar de esas jóvenes que acaban de cruzar la linde de la mayoría de edad decidimos medir nuestras palabras mientras psicoanalizamos nuestro propio deseo y nos enfrentamos al reto de derrumbar o no nuestros tabúes.
Y es que se nos ha enseñado que no se puede desear a quienes todavía no acaban de ser mujeres adultas y eso, y la edad que poco a poco se va depositando sobre nuestra espalda, nos hace comportarnos un poco abyectamente. Miramos a esas mujeres, sí, pero lo hacemos a escondidas. Miramos como si nos avergonzara nuestra propia mirada, como si el hecho de desear la belleza y la frescura de la extrema juventud fuera, ciertamente, algo vergonzante y pecaminoso, uno de esos actos que los hombres cometemos a sabiendas de que ese mismo acto nos condenará a un infierno en el que el desprecio de los demás serán las llamas en las que tendremos que abrasarnos. Así, con disimulo y a escondidas, intentando ocultar nuestro deseo, miramos a la joven en cuestión como miran los viejos que, en un pasaje de la Biblia, se esconden en las sombras de un jardín para, desde allí, parapetados tras los setos y las sombras, contemplar la desnudez de Susana, una mujer casada, bella y hermosa que, ajena a la mirada lasciva de los viejos, se baña y lava ante un espejo.
No es agradable sentirse como un viejo rijoso de un cuadro de Tintoretto, de Guercino, de Ribera, de Guido Reni, de Rembrandt o de Alessandro Allori. Todos esos pintores han pintado a ese par de viejos que, incendiados, observan cómo se lava la casta Susana y, cachondos perdidos, deciden hacerle proposiciones deshonestas. El no de la bella Susana los conduce al chantaje. “Diremos a tu marido que te lo haces con un joven si no accedes a nuestros deseos”, le dicen. Ciertamente asquerosos, los viejos bíblicos. No nos parecen, sin duda, el mejor ejemplo a seguir. Ni nos hace sentirnos demasiado orgullosos de nosotros mismos el poder equipararnos a ellos. Y es eso, precisamente, lo que nos convence sobre la necesidad de desear a pecho descubierto y de proclamar a los cuatro vientos que sí, que deseamos a una de esas modelos casi adolescentes y que soñamos mil y una obscenidades contemplando los labios carnosos, el azul de los ojos, la monumentalidad sensual y explosiva del cuerpo y la frescura envidiable y vivificadora del estilo de alguien como Taylor Hill.
Belleza milennial
La industria de la moda no es tonta, y los buscadores de nuevas figuras de la pasarela tampoco. No lo debe ser, al menos, Jim Jordan. Él fue quien descubrió a Taylor Hill cuando esta sensual y bella modelo tenía tan sólo catorce años. Fue en un rancho de Colorado, el estado en el que creció Taylor Hill. De eso hace tan sólo cinco años y, en ese tiempo, Taylor Hill ha desfilado o protagonizado campañas publicitarias de marcas como Ralph Lauren, Dolce&Gabbana, Versace, Chanel, Intimissimi o H&M. Taylor Hill ha conseguido también convertirse en embajadora de Lancôme, en imagen de Topshop para la campaña 2016-2017 y en el más joven de entre los ángeles de Victoria’s Secret.
Rijosos o no, a nosotros lo que nos excita de Taylor Hill es esa mezcla siempre tan excitante de ingenuidad y sensualidad que se da en algunas mujeres y que en ella es muy evidente. Esa mezcla nos ha gustado, por ejemplo, en mujeres como Marine Vacth o Anne Hathaway. Esa mezcla nos excitó (¡y de qué manera!) en la Scarlett Johansson primeriza, aquélla que lucía tentadora y subyugante en películas como La joven de la perla. Esa mezcla de inocencia y erotismo nos excita en el caso de Taylor Hill y nos excita mucho. Esa demoníaca combinación (por lo que de tentadora tiene) de piel morena, pelo castaño, labios carnosos y ojos azules que se da en Taylor Hill nos hace enfrentarnos con algo que habita dentro de nosotros y que es el deseo más o menos escondido de poder hacer realidad algún día esa fantasía tan extendida entre los hombres que es, desde una cierta experiencia sexual, poder hacérnoslo con una virgen. El sueño es, en cierto modo, convertirse en pervertidores de la belleza de una joven como Taylor Hill, ser mancilladores de la blancura casi virginal que esta modelo transmite.
Inocencia y perversión
Tener a Taylor Hill desnuda entre las manos debe ser algo así como poder respirar un concentrado de los aromas que debía tener el Paraíso Terrenal apenas tres días después de su creación. Las cejas pobladas de Taylor Hill, unas cejas que no llegan a la exuberancia pilosa de las cejas de la Delevingne pero que se alejan claramente de ese modelo de cejas recortadas, suavizadas y perfiladas que fueron tan habituales en otro tiempo entre las más cotizadas modelos y que parecen ahora haber caído en desuso ante cejas como las de Camilla Belle, Emma Watson, Keira Knigthley, Lily Collins o Sara Sampaio, son unas cejas que nos hacen pensar en ese tipo de sinceridad que sólo puede existir en quien todavía no ha sido contaminada por la vida y que, en cierto modo, permanece al margen de la necesidad de fingir lo que no se es. Así, uno quiere pensar que el follar de Taylor Hill puede tener un algo de titubeante. Uno quiere imaginar que Taylor Hill follando debe ser como una aprendiza aplicada que tiene ganas de quedar bien y que, por tanto, se presta a satisfacer todos nuestros deseos. Y es ese espíritu complaciente que queremos imaginar en ella lo que más nos excita cuando imaginamos a Taylor Hill follando.
Taylor Hill, con una maravillosa mezcla de inocente inexperiencia y lubricidad precoz, debe ofrecerse con curiosidad y sin remilgos a todas las maravillas del sexo. O así, al menos, es como queremos imaginarla cuando contemplamos alguna de sus fotografías: entregándose con desparpajo e inconsciencia casi juvenil, festiva y divertida, imaginativa y curiosa, a todas las prácticas eróticas que le propongamos y a aquéllas que, saliendo de su imaginación, tenga ella a bien proponernos. Con ella entre los brazos lavaríamos sin duda nuestra conciencia y, extasiados por el elixir del placer, olvidaríamos todos nuestros prejuicios a la hora de expresar a las claras hasta qué punto puede desearse a una mujer apenas recién salida de la adolescencia. Y es que, después de todo, más de cuatro millones de personas (esa es la cifra de sus seguidores en Instagram) y varias marcas punteras de moda no pueden equivocarse.