La novia del niñato
Ya lo dice el dicho, los celos no son buenos. Malos consejeros, desde luego sí que son. ¿Qué ganó Otelo, por ejemplo, dejándose guiar por los celos? Nada. Perder a su adorada Desdémona y perder su propia vida. ¿Qué ganan todos esos hombres que de tanto en tanto saltan a las páginas de los diarios por, como el personaje de Shakespeare, haber asesinado a su exnovia sólo por haberla visto o haberla imaginado con otro hombre? Nada. Sólo, en ocasiones, perder la propia vida, y ser contemplados para siempre (se hayan suicidado o no) como machistas insensatos y brutales.
Celos, en definitiva. Celos enfermizos y criminales. Celos que nunca pueden ser buenos. Celos de los que debemos apartarnos como nos apartaríamos de Tordesillas si fuéramos un toro y estuviéramos a mediados de septiembre. Pero no. Hoy, por mucho que nos hayamos propuesto que no sea así, nos sentimos incapaces de escapar al influjo maligno de los celos. Los sentimos ahí, pudriéndonos el alma, haciéndonos peor de lo que somos o de lo que creímos ser. Porque nunca nos creímos violentos, no, pero ahora debemos reconocer que nos basta con ver la foto de ese mocoso mal criado y millonario en las revistas y sentir de golpe y porrazo unas ganas incontrolables de inflarle la cara a hostias. Y mira que el chico lleva tiempo saliendo en las revistas y que nos han dicho hasta la saciedad que es un joven problemático, que no cesa de tener problemas con la ley y que ha sido detenido por conducción temeraria y por actos de vandalismo. Nada que pueda despertar nuestra compasión ni merecer nuestro aplauso. Pero nunca hasta ahora nos vino esta quemazón que sentimos que se apodera de nosotros y de la que sólo podríamos desprendernos cruzándole la cara a Justin Bieber, pues de ese joven hablamos.
Y es que nunca hasta ahora habíamos sentido celos de él como ahora los sentimos. Lo habíamos visto con Selena Gómez, sí, en más de una ocasión, pero de Selena Gómez nunca acabó de gustarnos esa apariencia de niña que no ha acabado de crecer y que está un poco jugando a ser mujer. Vemos en ella a una chica guapa, sí, una pequeña monada de sonrisa casi infantil y que es apta para cualquier tipo de películas de ésas en la que los adolescentes, mientras buscan un remedio para el acné, intentan despojarse de sus inseguridades a base de cuatro besos en una fiesta de fin de curso y un pequeño magreo en los jardines. Eso veíamos en Selena Gómez, pero no a una mujer que nos hiciera soñar con intensas sesiones de sexo sin límites ni reservas, sin normas ni tapujos. Sin embargo, ahora que sabemos que Justin, al parecer, anda encamado contigo, sí que sentimos el aguijón de los celos. Y lo sentimos especialmente hondo y doloroso.
Un conejito Playboy
Se nos dice que se te ha visto con Justin en un restaurante de Los Ángeles en sospechosa actitud de gran complicidad. Y eso, claro, ha hecho saltar todas las alarmas. Que si se os ha visto cogidos de la mano. Que si se da por seguro que sois algo así como novios. Todo eso se nos ha dicho y todo eso nos ha hecho sentir especialmente celosos. Y es que tú, Xenia Deli, bella, sugerente y excitante Xenia Deli, no transpiras (como transpiraba Selena Gómez) ese azucarado aroma a adolescencia y a mujer a medio terminar. En tu mirada y en tu sonrisa dominante se intuye la seguridad lujuriosa y firme de la mujer que hace ya tiempo aprendió de qué va eso del sexo. En las formas estilizadas y hermosas de tu cuerpo no encontramos ni rastro de esa virginidad que seguramente ya perdiste hace mucho.
Todas esas convicciones van atadas a la maravillosa experiencia estética de verte desnuda. Xenia Deli desnuda, nos decimos, y al pronunciarnos tu nombre empezamos a dar pinceladas imaginarias que nos hacen esbozar en nuestra imaginación una bella imagen que nos reconforta con la Naturaleza y con los misterios de la Creación o de la Evolución, allá cada cual con sus fes y sus creencias. Bendito Dios si fue él quien, con una simple costilla, consiguió hacer tal maravilla como es la de tu cuerpo moldavo y demoníaco, tentador y paradisíaco. Bendita Evolución si fue ella la responsable de que las formas peludas de un mono acabaran convirtiéndose con el paso de los milenios en ese regalo para los ojos que es tu cuerpo desnudo o casi desnudo y que observamos en algunas de las fotos que ilustran este post.
Pero somos mamíferos, Xenia Deli, y en el acto de contemplar tu cuerpo se acaba imponiendo una fuerza que nos arranca del territorio de la Estética para llevarnos, directamente y a la carrera, hasta las lindes mucho más salvajes de nuestro natural animal. Te observamos, Xenia Deli, y queremos ser el pene que te penetra (no importa si es anal, vaginal u oralmente); las manos que te soban las maravillosas tetas y el lindísimo culo; la lengua que, ebria de ardor y saliva, te va recorriendo entera, también por esas zonas que imaginamos de exquisito sabor, manjar de dioses que nunca debería catar o haber catado ese niñato podrido de dinero y de fama que se pasea por los escenarios del mundo dejando un rastro de humedad en la entrepierna de adolescentes y de otras mujeres que ya no lo son tanto.
¡Qué malos son los celos, Xenia Deli! ¿Por qué nosotros no podemos pasear de la mano de un conejito Playboy como tú? ¿Por qué no podemos cenar en nuestro restaurante preferido contigo? También nosotros queremos ser portada de revista a tu lado. No importa si esa revista no es FHM, GQ, Sport-Illustrated o cualquiera de esas publicaciones que, de un tiempo a esta parte, vienen embelleciendo el oasis siempre sugerente de sus páginas con la excitante imagen de tu cuerpo. Aunque en verdad, en verdad, a nosotros eso de ser portada de revista junto a ti nos la trae bastante floja. Lo que nosotros en verdad, queremos, Xenia Delia, es estar contigo, desnudos, hundiéndonos en la maravilla paradisíaca y morbosa de tu cuerpo. No sabemos si te hizo Dios o eres fruto de Evolución, Xenia Deli, pero sabemos que estás ahí, en el papel couché, divina y paradisíaca, sólo para tentarnos.